domingo, 13 de mayo de 2012

Grumos



Grumos : El cocinero se trae sus propios utensilios y materias primas desde casa : queso, un caquelón, alcohol, aceite, ajo y tres hogazas de pan, suaves y tiernas como la propia palabra. Por traerse, se trae a su familia y a él mismo de comensales. Más que el despliegue, lo que inspira confianza es la perfección con la que pronuncia la palabra fondue, que le sale cremosa y creíble. Poco podemos esperar del que diga fondú, fundú o fondí. La receta : se pone la boca para pronunciar la u y se dice i.

Antes de empezar se detiene a ver la salida de Fernando Alonso en Montmeló, como si fuera parte del rito, y después se encierra en la cocina de la que sale de vez en cuando para negar en silencio con la cabeza.

-El difusor no funciona.
Y se mete. Y vuelve a salir.
-No, no funciona bien.

No se refiere al difusor del coche de Alonso, sino al adaptador que se utiliza para conseguir que el caquelón, suizo, se entienda con la vitrocerámica, alemana. Ahí el difusor debía funcionar como intérprete, pasando el calor que genera una a la base del otro. Pero algo falla. El queso se deshace pero se queda grumoso. El cocinero se queda mirando el caquelón con la desconfianza con la que Alonso debe analizar su motor después de algunas carreras. Lo que ha funcionado varias veces, ahora no sirve para conseguir sus objetivos.

Yo corto las hogazas en pequeños trozos. Me gusta cómo se llena todo de migas. Me gusta el ruido que hace el cuchillo al cortar la corteza y el silencio esponjoso en el que se sumerge después. Me gusta ver el cuenco de madera llenarse de los trozos de pan. Me gusta, en fin, esto de hacer de pinche mientras el cocinero se fija atentamente en el caquelón, como si su mirada fuera capaz de derretir esos pequeños grumos. Le miro y regreso a las hogazas con la confianza del grumete en su capitán en medio de una tormenta de queso.

El cocinero observa el caquelón como si fuera un niño pequeño al que le hubieran explicado todo bien despacio. Tiene los brazos cruzados y el ceño fruncido del que busca una solución que ya va llegar tarde. Es entonces cuando, antes de que se caliente, bebemos una copa de Lolo, el albariño que he elegido por la etiqueta porque también se bebe por los ojos.

Del Albariño pasamos a un Chardonnay, un Gramona “Mas Escorpí” que compartimos todos en el salón, con Fernando Alonso dando vueltas por el circuito. Abrimos, para compartir una de tinto, un Lavia del 2006. La chica de la tienda de vinos, con buen criterio, señaló con unos puntos que hizo en cada etiqueta, el orden en el que debían despegar las tres botellas que compramos el viernes.

Un punto :Lavia 2006
Dos puntos : Rayuelo 2007
Tres puntos :Ziries 2008 (Garnacha)

La chica hablaba de cada vino como si fuera una planta que requiriera su propio cuidado. Con ese mismo cuidado las voy abriendo.

El cocinero entra en el salón con el caquelón humeante y el rostro de Moisés justo después de bajar con las tablas según la interpretación de Miguel Angel. Los demás, que acudimos rápidamente al reclamo del olor, no le damos importancia a las quejas del cocinero porque nos vamos elevando suavemente con el primer vino.

-Tenía que salir hilos de queso al sacar el pan, dice
-La próxima vez la hago en casa, que controlo el fuego, dice

Los niños forman el primer anillo alrededor del caquelón, perdiendo uno de cada dos trozos que meten, apuntando peligrosamente con las puntas y creando una caótica coreografía de tenedores que los adultos tenemos que sortear.

Es cierto que el queso tiene grumos, pero eso importa en un restaurante, no aquí, porque la fondue es la excusa en esta fiesta en la que todos vamos dando vueltas alrededor del caquelón, mientras subimos, vaso a vaso, hasta llegar a esa altura precisa en la que se tiene la perspectiva amplia que permite ver que cada elemento está en su sitio, dándose significado a sí mismo y a lo que lo rodea.

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