La puerta
defectuosa : Para tener una araña de plástico en la mesa sólo necesitas un poco
de plastilina y un niño de siete años con un par de minutos libres. Basta con
mezclar los tres elementos para encontrártela junto al ordenador. La toco con
cuidado, pensando que quizás un mordisco suyo me convierta en la versión en
plastilina de Spiderman.
-Se le cae una pata – me advierte
Daniel, ajustándola con la poca fe del que cierra una puerta que no encaja.
Tengo que reconocer que no sé muy
bien cuál debe ser mi reacción ante esa araña. No le puedo decir que está bien
porque es evidente que no está satisfecho con el resultado. No le puedo decir
que está mal porque cumple los requisitos básicos para ser considerada una
araña. Aplico el silencio administrativo.
Abajo, los niños corren alrededor
de la piscina como indios asediando la caravana del verano.
-Ya está – me dice Daniel dejando
la araña con un cuidado excesivo que delata que no está.
Tengo poco tiempo para encontrar
una solución al problema de esta araña. Daniel se queda a mi lado, como el
botones que espera la propina después de enseñarte la habitación. Rebusco en
una parte del cerebro, luego en otra, luego en otra. Me fijo en la araña como
si ahí estuviera la respuesta.
El problema es que Daniel es muy
bueno con la plastilina. Tiene tanta habilidad en los dedos que sería capaz de
montar y desmontar un reloj de los de antes con los ojos cerrados. Si no fuera
porque en su árbol genealógico no hay una estrella de mar, pensaría que, como
ellas, tiene escondidos ojos al final de sus dedos. Por culpa de esa habilidad,
los cajones, los bolsillos, los cartones de las botellas de leche (vacías), los
zapatos, el lavabo, la hucha, las rendijas del sofá, la parte de encima de la
nevera, los armarios y el lateral de la bañera están llenos de figuras suyas a
las que conviene prestarles más atención.
A veces creo que deberíamos
potenciar más esa habilidad y, cada vez que algo se rompa, pedirle que lo
construya con plastilina. Llegaríamos así a vivir en una realidad adaptable, en
la que, partiendo de un trozo rojo, podrías hacerte un filete para cenar, o
unas cuantas fresas, o unos guantes, o unos calcetines, o un pomo para una
puerta, o eso, eso también. Lo que se perdería en consistencia, se ganaría en
flexibilidad.
Dejo de imaginarme tonterías : la
puerta que no cierra bien está en mi cabeza y por los huecos se me escapa la
concentración. Concentración e imaginación no pueden estar en la misma
habitación. Me quedo con la imaginación.
-Está muy bien esta araña anciana.
Sé que la respuesta funciona.
Varias señales lo indican : Abajo, los niños dejan de correr; Daniel se acerca
a verla de cerca como si no fuera suya; la puerta de mi cabeza, de repente,
encaja perfectamente.
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