Un cierre
hermético : Lucía necesita tres líneas más de las que le dan en la hoja para
escribir el resumen de Cenicienta. Está bastante orgullosa de su trabajo, así
que viene al salón para leernos lo que ha escrito. Bajamos el volumen de la
televisión y escuchamos como si fuera la primera vez que nos cuentan esta
historia. Así que unas hermanastras, ajá, y un príncipe, claro, y una chica
buena que trabaja y es despreciada, bien, y un hada, por supuesto, y un toque
de magia, que no falte, y una gran fiesta, qué bien, con una condición, vaya,
pero tiene éxito, se lo merece, y ella se descuida, pero mujer, y el príncipe
la echa de menos, bravo por el príncipe, y se aferra a su zapato, no como
fetichista, y la busca, qué romántico, y persevera, porque hay que perseverar,
y no le molesta hincarse de rodillas, qué no se hará por amor, y prueba,
normal, y sigue probando, que así debe de ser, y más y más, mírale qué ejemplo,
hasta dar con ella, porque todo esfuerzo tiene su recompensa, ¡qué zumo de
lecciones salen al exprimir esa historia! Y…
-Y entonces la cenicienta le da la
mano al príncipe.
-¿Así?
-Así – dice Lucía.
Como si acabaran de firmar los
papeles de una compraventa en el notario. Es cierto que ya han muerto muchas
perdices por culpa de estos finales y que cuesta creerse que todos terminen
felices, pero ese final me deja inquieto.
Es cierto que la lámpara es una
lámpara, pero si te pones justo debajo, puede parecer un sol.
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