El punto de encuentro : Lucía deja una
pequeña caja con un secreto grande encima de la mesa. Un cuidado abandono en el
sitio preciso para que por la noche, cuando solo la inercia mantiene las últimas
piezas en movimiento, me fije en ella. La veo como ese mensaje que los espías
se dejan en un lugar público para que la normalidad la oculte. Ella se acerca
desde sus nueve años, su silencio persistente como defensa. Yo, desde una
realidad de horas aprisionadas como el cuerpo de un acordeón del que sale una
melodía extraña.
La caja contiene su colección de brillos
para labios con sabores. En una esquina hay un pequeño perro sin ojos que no
deja de observarme. Está ahí para decirme que mañana, aunque intente dejarlo todo
como estaba, incluida mi curiosidad, ella comprobará, mirándome a los ojos, algo
que ya sabía.
No deja de ser una forma de
comunicarse.
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