domingo, 2 de febrero de 2014

Escanciar la luz




Escanciar la luz : El último día en uno de mis trabajos, una compañera me regaló un prisma de cristal para que me diera suerte. Suerte, en general. Se lo agradecí, poco convencido de sus capacidades, pero no lo oculté en un cajón porque lo que sí temía es que si lo hacía pudiera provocar la mala suerte. Le encontré un sitio junto a los libros en español.

Y ahí ha estado. Si cojo un libro de Gándara, o de Tizón, de Oscar Esquivias o de Sánchez-Andrade, o de Félix Romeo, o de Montero Glez, lo aparto y después lo dejo donde estaba. Lo mismo cuando devuelvo el libro a su sitio. Nada especial. Y aunque mucha suerte no he tenido, sí puedo decir que las desgracias se han mantenido lejos, lo que, quizás, sea aún mejor.

Esa tranquila existencia de objeto casi invisible cambia cuando Daniel se acuerda de él después de estudiar un tema sobre los objetos y la luz. Transparentes. Translúcidos. Opacos. Desde la puerta escuché cómo recitaba las definiciones con esa precisión optimista que solo existe en los libros de texto. Esa fe en que cada palabra tiene una definición precisa que la sigue, como la cola a una cometa. Y hoy ha ido al estante y lo ha cogido.

No le ha costado que le dé permiso para sacarlo a la calle y jugar con el sol. Es la mañana perfecta para hacerlo. Los adultos apenas se fijan en cómo sus cervezas, sobre una mesa en la acera, atrapan la luz. Daniel va acercando y alejando el prisma del suelo para dar con el punto exacto en el que la luz se rompa en los colores que aparecían en el libro de texto. Levanta el brazo como si fuera a escanciar la luz, que cae, como un punto colorido, en la mano izquierda de su sombra.

Lo veo desde lejos. El prisma no sirve para atraer la suerte, sino para ayudarme a reconocerla cuando la tengo delante. 

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