La cocina donde nunca se pone el lunes : La carta está sucia y pegajosa. Entre los grupos de
comida hay unos textos de humor de revista de colegio para que veas que estás
en un restaurante divertido. Pero lo gracioso llega cuando le pedimos al
camarero unos platos y nos responde que eso se sirve en otro restaurante de la
cadena, no en éste, que parece que no sabemos leer. Entre la mierda del menú y
los párrafos divertidos no hemos visto esa frase que explica ese detalle. Qué
bien me cae este camarero. Cuando nos traigan la cuenta, le voy a decir que se
la pague alguien en ese otro restaurante. Nos vamos a reír un montón. Pedimos
con cuidado unos platos que viven de sus nombres como los ancianos héroes de
guerra de sus medallas. Y todavía dicen que el Excel lo acepta todo: nada como
una carta como ésta. Una ilusión que es derribada por la realidad, dejando
detrás de sí una densa columna de humo, cuando llegan los platos: uno era un
pan de perrito lleno de salmón, el otro viene acompañado con una salsa de Ikea,
lo de más allá es una quesadilla que, al apretarse, deja caer un queso negro,
como si le estuvieras cambiando el aceite a un motor viejo. No hay duda de que
en esa cocina viven en un eterno lunes y quieren compartirlo con nosotros. Lo
suyo sería recorrer la genealogía de los cocineros repartiendo adjetivos
pegajosos por aquí y por allá. Pero hay un pero. Ese programa de cocina que vi en
el que un desmotivado cocinero explicaba que él, realmente, quería ser
escritor. Lo que se ve acaba regresando en momentos inesperados. ¿Y si en este
restaurante se está dando el mismo caso? Si la vocación es directamente
proporcional a la falta de ganas frente a un fogón, en esta cocina debe haber,
en este momento, un auténtico genio. Cuando el camarero nos pregunta si
queremos postre yo pienso que no, que esta mierda de comida puede compensarse
con la lectura de algunas páginas de esa gran obra en ciernes, un capítulo,
cualquier cosa.
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