Pasaporte a Nebraska : Uno de los mejores momentos del cine es la visita al
baño antes de que empiece la película. Un café para estimular la atención y el
pis para tranquilizar la vejiga. Creo que es la única ocasión en la que soy yo el que decide que ha llegado el
momento de ir a mear, en vez de dejarme llevar por la pura necesidad. Este cuidado
con el que se prepara el tiempo de una película sólo se aplica aquí. Si fuera un perro, marcaría los alrededores de
la sala para impedir que se acercaran las preocupaciones, a las que dejaría en
la calle, dando vueltas como coches buscando dónde aparcar. Mientras meo, sin
prisas, las entradas se convierten en un par de décimos que llevan el premio de
la mejor película, la que hemos elegido. Pobres de aquellos que se han
equivocado, pienso, en una arrogancia que no me preocupo de justificar. Me lavo
las manos. Me las seco. Salgo sin prisas, que corran los que tienen urgencia
por saber si se han gastado bien el dinero. Le doy las entradas al que controla
el acceso a la sala con la seguridad del viajero experimentado que muestra sus
pasaportes. A Nebraska, le digo.
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