sábado, 15 de febrero de 2014

No hay accidentes cuando uno los necesita



No hay accidentes cuando uno los necesita : Sigue lloviendo cuando salimos de la demostración de judo : bajo los abrigos de los niños se ven los faldones blancos de los kimonos. Daniel está enfadado porque le ha tocado repetir ejercicios con un niño más pequeño que debería haber venido en su turno, una hora antes. Un enano hiperactivo que de vez en cuando miraba hacia la grada y se pasaba sonriente el pulgar de un lado a otro del cuello, como asegurándole a alguien que recordaba lo que le habían dicho. Como si no fuera sábado, como si no tuviera seis años, como si esto no fuera judo, coño. Todo el esfuerzo de Daniel estaba en no tumbarlo con las dos llaves que se sabe para no aplastarlo. Pero los accidentes existen: lo habría entendido y celebrado. Bueno, le digo en la calle, lo importante era acostumbrarse a hacer las llaves delante de público. Sigue enfadado y yo me callo porque lo entiendo. A la izquierda veo una bicicleta sin sillín atada a lo que parece una versión ampliada de su estructura.

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