El último escondite del dinosaurio : Leímos los platos escritos en la pizarra de la
entrada, nos asomamos y vimos sillas de maderas recias, un camarero con camisa
blanca detrás de una barra mirando una televisión con el volumen bajo, un par
de periódicos deportivos doblados con el empate del Madrid con el Valencia en
la portada, cuatro mesas con los vasos colocados con precisión, una nevera con
los helados a la vista, un hombre compartiendo el silencio del camarero con un
vaso en la mano. Todos interpretamos que éste era el sitio apropiado para que
los niños, acabados sus platos de arroz, jugaran a esconderse el dinosaurio del
más pequeño y a encontrarlo sin que en el restaurante nadie les dijera “eh,
aquí no” o nos trataran con una excesiva frialdad para darnos a entender que
deberíamos educar mejor a los niños, que los demás clientes, que no sé qué.
Buscábamos, precisamente, esta tranquila sobremesa sin conversación, dejando
que los niños con sus risas fueran escribiendo el guión que los adultos,
encantados, seguíamos. Los cafés con hielo. La copa con la que se brinda sin
palabras. El último escondite del dinosaurio parece el más difícil hasta que el
camarero se lleva a todos los niños a por un helado y estallan las risas.
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