No habrá cata como ésta : Es la boda de
un amigo que trabaja en el mundo del vino y después de la celebración se nos
ofrece una cata de veintiún vinos. Todos son interesantes, desde el Cava
Gramona con el que arranca, hasta el pacharán Belasco que la cierra. En medio,
una serie de nombres que para mí forman una realeza paralela entre la que
destaca Abadía Retuerta. A sus pies.
El objetivo es probarlos todos.
Como campeones. Avanzamos hacia las distintas mesas y con cada vino estrenamos copa.
Si hay cielo, el comité de bienvenida debería ser algo parecido a esto: toda la
noche por delante y un autobús esperando para devolvernos a Valladolid por
turnos.
Pero el empuje inicial va perdiendo
impulso porque descubro que no tengo ni el olfato ni el paladar afinado. El hígado
tendrá su trabajo, pero no entorpece. Al quinto vino me doy cuenta de que me
cuesta percibir las diferencias. Los adjetivos que en los primeros sorbos surgían
como los trazos coloridos de un Van Gogh, poco a poco van desapareciendo hasta
reducir la conversación a un movimiento afirmativo de la cabeza mientras se
levanta la copa.
Debería, pienso, debería haberme
tomado más en serio el juego de Lucía esta mañana. Había dispuesto todos sus
cacaos de sabores en el sofá y nuestro reto era el de adivinar
con los ojos cerrados a qué olía cada uno. Debería. Quizás con ese
entrenamiento hubiera logrado mantener el olfato un poco más alerta y
reconocerle a la mencía del Armas de Guerra su justo valor. Tampoco es tan
serio, coincidimos en que está bueno y pasamos al siguiente, que también está
bueno, y el siguiente, que también está bueno. Así hasta la meta del Belasco. Cuando
subimos al autobús, solo puedo darle un par de golpes en el hombro al conductor
como agradecimiento.
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