Caligrafías : Con el Atlético
de Madrid-Real Madrid de fondo, sin volumen, voy mirando el libro que han hecho
en la clase de Lucia : “El universo, el espacio y la tierra”. En cada hoja han
escrito un pequeño texto de investigación, un sinónimo de Wikipedia, debajo del
cual han pegado alguna fotografía relacionada.
Me doy cuenta de que las cosas han
cambiado de cuando yo hacía trabajos así. Antes, en la era de los dos canales
en televisión y los teléfonos fijos, lo fácil era conseguir fotografías porque
en mi casa solía haber revistas en un revistero dorado (en el que el tiempo se
detuvo en la fecha de esos números antiguos que mi madre conserva como elemento
ya decorativo). El tema de la información era más limitado, con dos fuentes
básicas : mis padres y la enciclopedia, con sus volúmenes ocupando una estantería
como los anillos de una serpiente gruesa que se hubiera comido todo el saber.
Ahora la serpiente se mueve por
internet, más delgada, larga y rápida y las fotografías se tienen que imprimir
porque el revistero se ha convertido en el icono de una papelera.
Sólo hay dos cosas que no cambian y
que hacen que esté en el salón con el libro y el fútbol a estas horas. La
primera es ese esfuerzo de cada niño por domar las letras, como si el lapicero,
tan inocente en la mesa, en las manos fuera un potrillo incapaz de ensillar. La
amenaza, por lo que veo, puede estar en la o, en la eme, en las mayúsculas, o
en los puntos de la i. Se puede decir que también veo este libro (Rocas y minerales,
exploración del espacio, desiertos, volcanes, ríos y lagos…) sin sonido porque
no me fijo en el significado de las palabras, sino en su dibujo. Silencio en la
pantalla, en el libro y en mi cabeza. Sólo trazos.
Hay caligrafías desastrosas y
caligrafías cuidadas, la del que parece tener un terremoto bajo los pies, o
dentro de la cabeza, y la del que es capaz de decirle al mundo que gire más
despacio para que el dibujo salga perfecto; la del que piensa en otra cosas y
la del que piensa sólo en esa cosa; la del que escribe como el que tira de un
hilo y lo arrastra por el suelo y la del que utiliza ese libro para tejer; la
del que tiene una brújula que señala a todas partes y la del que observa una
aguja que permanece impasible; la del que todavía no sabe qué puede decir con
lo que escribe y la del que sospecha que con cada letra, de alguna forma ,se va
afirmando; la del que le quedan algunos kilómetros para llegar al destino y la
del que, sentado en un escalón, espera a los demás. Ahí está parte del destino,
dibujándose a lápiz. Un campo de arena fértil en el que van asomando las
plantas.
La segunda cosa que no cambia,
claro, es el resultado del partido. Levanto la vista y veo un tiro de Ronaldo
que, con caligrafía dorada, atraviesa varias portadas deportivas, arrastrando adjetivos,
antes de entrar limpiamente en una portería que parece en ese momento más
triste, como esas estanterías vacías en las que ya no hay enciclopedias.
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