Cambio de agujas : La tarde empieza
bien, leyendo “Salud y libertad”, una pequeña historia de Fred Vargas en “Tipos
infames”, sentado en una de esas mesas pensadas para sentirte escritor aunque
el único diario que lleves sea el contable. A la derecha está el ventanal,
amplio, haciendo que me sienta expuesto. A la izquierda, una pareja de
veinteañeras americanas que no dejan de hablar, como si no se vieran en mucho
tiempo o se vieran todos los días, acostumbradas a encontrar interesante
absolutamente todo. Escucharía con atención si Fred, en mis manos, no me
acusara de infidelidad.
Todo encaja suavemente, por lo que mis movimientos
son lentos, para no desajustar nada. Soy el observador y lo observado. Paso con
cuidado las páginas, metiéndome en una historia típica de Fred Vargas, en la
que, como suele suceder, el desenlace es lo de menos. La gente que cruza por delante
del ventanal camina deprisa, como si todos llevaran un buen plan en la cabeza.
Esa rapidez de calle estrecha, de aceras pequeñas. El contraste con los lentos
paseos de Adamsberg por las orillas del Sena resulta estimulante, como el
mordisco del chocolate amargo después del café.
Suena de fondo “To build a home”, muy
suave, pero me basta porque, dado ese pequeño empujón, la voy recordando,
encajándola con lo que escucho como la sombra a un objeto.
Es probable que los acontecimientos
importantes provoquen unas ondas que vayan no sólo hacia el futuro, sino al pasado,
difuminadas como suaves olas que llegan al presente a mojarte los pies. Uno
sabe que está disfrutando algo que no tiene su origen en ese momento, lo que no
impide que, a su modo, exista.
Es algo que se mezcla con la librería y
con la lectura, con la pareja de americanas y con la mujer que pasea a su perro
con una correa demasiado tensa, con el plato del café y con la música de “The
Cinematic Orchestra”. Es algo que queda plenamente definido cuando, a las nueve
y veintisiete minutos, Ronaldo lanza un tiro cruzado que pasa por encima de
Valdés, entra en la portería, activando el cambio de aguja, y rodea este
momento con la precisión del pastelero que envuelve el paquete de merengues,
claro, que te vas a llevar a casa.
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