Pedagogía colateral : Cosas del
destino, termino con Daniel viendo “Battleship” cuando una hora y media antes
la película no estaba entre nuestra lista de opciones. Figuraban “Furia de
titanes” y “John Carter”. La primera se cae cuando Daniel ve el cartel, con
unos titanes que dan miedo en 2D y pánico en 3D, que es la única opción que
hay. “John Carter” tampoco es la elegida porque, de alguna manera, Daniel
parece ser sensible a ese aire de fracaso económico que rodea a este título de
Disney y nadie quiere pasarse por una fiesta en la que no hay invitados y los payasos
lloran por las esquinas. Como el coche está bien aparcado y se es menos
exigente con el tiempo del viernes, que parece capaz de soportar cualquier plan
que uno levante sobre sus terrenos, le propongo ir a ver la de “Battleship”,
que aparecen marcianos y naves y luchas.
Marcianos, naves y luchas sí que hay en
la película, sí. Sin embargo, hay momentos en la película (los que van desde el
primer minuto hasta ese otro en el que aparecen los créditos) en los que se
tiene la incómoda sensación de que, esta vez, al mono guionista de Hollywood le
ha sustituido el gato de la buena suerte chino, que sólo mueve la pata izquierda,
con lo que su teclear es continuo pero poco sorprendente. La historia, en sí
misma, aporta tan poco a la película como un hueso de plástico al cocido.
Curiosamente, ese ejercicio de adelgazamiento
de la historia (mandamos una señal al espacio y encendemos las farolas para
vigilar el cielo, los marcianos la escuchan y se presentan con cinco naves, cinco,
que nos cepillamos de una manera espectacular) tiene efectos colaterales
interesantes. El primero es el poder experimentar el significado de la frase
“el todo en cada parte”, la certeza de que lo que viene a continuación ya está
dicho en lo que tienes delante, con lo que si se hubiera quemado la película (algo
que, desgraciadamente ya no sucede), nos habríamos levantado sin pesar y sin
pensar. Cualquier momento es bueno para dejar de prestar atención al movimiento
del péndulo.
El segundo punto relevante es, sorprendentemente,
pedagógico. Esta es, sin duda, una gran película para un niño de siete años.
Para más años ya no sería recomendable, con lo que vuelvo a pedir que en las
películas se establezca no sólo una edad mínima, sino también máxima. Pero a lo que vamos. Esta es una gran
película para ver con un niño de siete años con la prima de riesgo a más de
cuatrocientos puntos y la bolsa cayendo. O, lo que es lo mismo, con la situación
económica de las diecisiete comunidades de este país a punto de volver a los
tiempos de la Ruperta.
Y es que, a pesar de que los marcianos
solo mandan cinco naves (la crisis, se sugiere, es universal) la oposición del
planeta tampoco de más de sí y la batalla tiene cierto aire de pelea de recreo.
Los golpes, espectaculares, acaban con la oposición de la armada de los Estados
Unidos que al final tiene que echar mano de un viejo acorazado, el USS
Missouri, que servía de museo por el que paseaban viejos marineros sin dientes
recordando esos tiempo en los que todos los cañones, propios y ajenos,
respondían a la menor provocación.
Con lo que ahí está el viejo Mo, un acorazado
de esos años en los que había que girar muchas llaves para que los barcos
funcionaran, salvando al mundo con una tripulación de viejas glorias que son
capaces de poner el punto y final a la amenaza alienígena. (Si ponemos Mou en
vez de Mo, el párrafo tiene aún más sentido)
La arruga es bella. Lo antiguo sirve. Sudar
es provechoso. Algo que no tiene pantallas táctiles funciona, no pasa nada. El
músculo tiene su misión. Todas estas afirmaciones, rotundas como los abuses que
se disparan, entran con determinación en las blandas capas del cerebro de un niño
de siete años, que las acoge sin darse cuenta de lo útiles que le serán en el
futuro al que vamos retrocediendo, en el que no nos quedará más remedio que
aceptar que la arruga es bella, que lo antiguo sirve, que sudar es provechoso,
que algo puede funcionar sin pantallas, que el músculo tiene su misión y que
eso que hay que apretar se llama botón y aquello es una azada y que claro que te
va a doler la espalda cuando vuelvas del campo.
Deberían repartirse copias de esta
película en todos los colegios de España.
Daniel se lo pasa bien. Los marcianos
no dan miedo, aunque se parecen a James Hetfield, ponen dos canciones de AC/DC
y las palomitas nos duran gasta el final. Todo un éxito.
Esta película, tan recomendable, no
debe verla cualquiera que pretenda ganarse la vida con la música (o con el
arte, ya puestos). El papel de Rihanna es una muestra de a qué tendrán que
dedicarse los artistas en el futuro. O en el pasado. Vayan donde vayan, les
acabarán pillando.
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