Como la aguja que avanza por la tela : Traen el recuerdo de la arena en los pies, el uniforme como un cuadro algo
inclinado, la mano que no se acostumbra a coger de nuevo la mochila, el
desayuno, otra vez, demasiado pronto, y al levantarse una queja, hoy no quiero
ir al colegio, que entiendo porque hoy tampoco quería despertarles, porque a mi
sueño le he perdido el respeto, pero no al suyo, ni a ese silencio de reposo
absoluto que me encuentro al abrir la habitación, el zumo de naranja frente al
que se quedan quietos porque el estómago les indica una hora que no coincide
con la que les vamos recordando cada vez que nos asomamos a la cocina, la ropa
sobre la cama y cierto silencio, ahora resignado, en el coche mientras hacemos
un recorrido monótono como la aguja que avanza por la tela cosiendo dos trozos,
dándole forma a algo que sólo podremos ver dentro de cierto tiempo, el
aparcamiento, la radio con los periodistas musicales que esconden la cabeza en
las novedades para no ver nada, para no escuchar nada, para qué seguir
prestando atención, así que apago la radio y me fijo en la puerta que todavía
sigue cerrada, pero el sol nos anima a salir, les digo que hay que
aprovecharlo, y pienso en esas escobas que llegan a la esquina en la que queda
la más resistente, por escondida, de las telarañas, que ya no está, ellos
cruzan de mi mano, dándole una importancia que no volverá a tener en el resto
del día (ni volante, ni teclado, ni cubierto, ni taza, ni llaves, ni móvil, ni nuca,
ni hoja, ni pomo, ni grifo), acostumbrándose al uniforme, acercándose hacia la
puerta y reconociendo a sus amigos. Lucía se va con una amiga y Daniel con un
amigo. Me dan un beso rápido y entran en el colegio ajustándose pareja con
pareja, como los dientes de una cremallera que cierra con ese orden metálico
una mañana que parecía destinada a disolverse como una bola de helado en la
carretera.
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