A salto de meta : Tener hijos te
rompe la realidad. Cuando les coges en brazos, así de pequeños, con ese gorro
que les ponen las comadronas en ese tiempo que parece haberles sobrado y que
aprovechan para envolverles la cabeza como hacen con la comida que te sobra en
los restaurantes de las películas americanas, la realidad se cae el suelo y se
queda hecha añicos, que es una palabra con acento maño, lo admito. Brazos,
niños, realidad y añicos, en resumen, que la frase anterior me ha quedado
larga.
Unos dos mil ochocientos días
después, día arriba, día abajo, la realidad sigue rota, pero ya te has
acostumbrado. Vamos con un ejemplo para los que hayan sobrevivido a la frase de
arriba. Antes, hace más de dos mil ochocientos días, un partido de fútbol era
algo compacto a lo que se le dedicaba toda la atención durante unos setenta
minutos, noventa si jugaba Zidane. Ahora es algo fragmentario, poroso, hueco,
combinable como una prenda negra, que se puede llevar con todo, aunque es bien
sabido que el uniforme del Madrid es blanco.
Hoy, me paso la tarde pendiente del
partido del Madrid y de sus metas, y de Lucía, que camina a mi lado con su
lista de la compra (Celo, cuaderno, gomas y sacapuntas), y de los coches que
esperan, cabrones, a la salida de los aparcamientos, y de la lluvia, con sus
charcos y sus paraguas, y de nuestras bolsas.
0-0 : A las ocho empieza el partido. Ya
tenemos el celo, el cuaderno y las gomas. Nos falta el sacapuntas, que
encontramos, dorado, en Tiger, el Ikea para aquellos que no tienen casa.
También compramos un puzle blanco para que pintes lo que quieras si eres de los
que no ven ahí un coche o un pueblo o un perro cubierto por la nieve.
0-1 : Cuando, treinta minutos más tarde, marca el Sporting el
gol de cortesía que el Madrid ofrece en lo que termina de aterrizar en el
partido, con la lentitud de esos aficionados privilegiados que bajan a su
asiento con un pincho en la boca y dos o tres en el bolsillo de la americana,
Lucía y yo estamos sentados en una mesa del “Take A Break”, el local que ella
ha elegido, de repente, para cenar. Sporting, gol, cortesía, lentitud y ”Take A
Break”, en otro resumen que ofrezco para compensar esta tendencia de hoy a
formar frases largas.
El “Take A Break” aparece aquí
porque la chica que atiende el local es simpática, habla ruso, y me regala un
smothie.
-Si lo quieres te lo doy, porque
iba a tirarlo.
Eso lo dice en español, pero se
nota que esas palabras caminan por una alfombra rusa.
Lucía se pide unos tagliatelle con
salsa borgoñesa y yo un sándwich de salmón. La mesa que ocupamos es estrecha.
Este es un local para venir solo o con una pareja en ese momento de la relación
en la que cualquier objeto que separe los cuerpos, ropa incluida, estorba. La
mesa es pequeña, pero no está fija y el pie está cubierto por falso césped,
como si la hubieran arrancado de un campo de golf. A mí me vale y a Lucía
también.
1-1 : Cuando el Madrid empata, Lucía, que todavía no ha probado su pasta, tiene desplegadas todas sus compras. Le fascina ese broche con aire de insecto que sirve para agrupar varias hojas. Se la había visto a sus profesoras y tener tantas y de tantos colores le hace sentir aún mayor. Veo en el iPhone, colocado al lado del sándwich de salmón, que ha marcado Higuaín.
El local me gusta porque tiene un
aire inglés que me permite imaginarme lejos de aquí, como si Malasaña no
estuviera a la vuelta de la esquina. Los sándwiches están bien ordenados, con
unos precios que sirven, cosas de la psicología, para saciar el hambre casi
instantáneamente, demorando cualquier comida. También hay bandejas de sushi, yogures
dietéticos y botellitas de Perrier.
-¿Y eso es agua? – pregunta Lucía,
que le presta atención a todo.
-Sí.
De fondo suena George Michael y las
conversaciones rápidas entre los clientes que piden su comida para llevar y la
chica rusa. La lluvia y la noche de la que llegan los clientes hace que el
sitio parezca más cálido e iluminado. Terminado mis sándwiches, le echo una
mano a Lucía con su pasta a condición de que se termine las natillas de
chocolate en las que se ha fijado.
Esta es la primera cena que
compartimos los dos después de una tarde de compras. Es bueno saberlo en ese
mismo momento.
A las nueve salimos corriendo
para ir a recoger a Daniel en la casa de un amigo suyo.
2-1 : Al pasar junto a una tienda de
apuestas, veo, en una pantalla grande, que el Madrid ha marcado el segundo gol.
A Lucía le tengo que explicar por qué he dicho que las cosas ya están como
deben estar y qué significa apostar.
Ya en el coche, Lucía me pide que
quite la radio porque le da mala suerte. Le pido que lo repita por si lo he
entendido mal, pero ella insiste : mala suerte.
3-1 : Es así como me pierdo el
tercer gol del Madrid, del que leeré la crónica hoy, mañana y pasado, en los
huecos que vaya encontrando para hacerme una idea de lo que hoy ha pasado en el
Bernabéu. Siempre nos quedarán Juanma Trueba y David Gistau.
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