El recolector de
anillas : Unos minutos antes de entrar en el Bernabeú, me fijo en un hombre que
está agachado a mi lado. Lleva una chaqueta de chándal en la que pone RMCF en
su espalda y una gorra a juego de la que sale un pelo largo, blanco y
desordenado. Veo que está entretenido con algo que hay a los pies del árbol.
Como todavía faltan unos diez
minutos para que empiece el partido, me quedo mirando. Podría entrar ya, pero
sería demasiado pronto. Se trata de dar con el momento exacto, justo ése en el
que el césped brilla de una forma especial, haciendo que todo lo que le rodea
tenga un tono mágico. Antes siempre lo lograba, pero he de reconocer que llevo
mucho tiempo sin conseguirlo y que, tal vez por eso, cada vez me cueste más
entrar el en juego, sentirme parte de lo que me rodea. Hay que perseverar.
El suelo alrededor del árbol está
repleto de latas de cerveza vacías. Por un momento pienso que el hombre está
comprobando si a alguna de ellas le queda algo porque le veo cogerlas una a
una. No se trata de eso. Les va quitando las anillas a todas ellas con cuidado
y se las guarda en un bolsillo del pantalón. Su trabajo es meticuloso,
paciente, sin prisas. Va repasando que no se le haya quedado ninguna. Cuando ve
que ya están todas, estira la espalda y se marcha lentamente, como si caminara
sobre barro.
No me cuesta nada encontrarle una
interpretación a la escena. Lo que me dice no me gusta nada. Me deja con la
sensación de que las cosas no van a ir bien esta noche. El hombre quitaba las
anillas como si desactivara unas granadas. En eso pienso cuando me asomo al
campo, después de subir las escaleras, y no me encuentro con el césped que
busco. El ambiente es el de las grandes celebraciones, pero el césped parece
frío, como un escenario incompleto.
En vez de mimetizarme con la
excitación de la gente, me quedo con lo del frío y lo incompleto. Después de
tantos partidos vistos, el cuerpo parece reaccionar antes estímulos extraños
como los huesos de un anciano a la lluvia que se acerca. No me ayuda mucho ese
entusiasmo exagerado de los que me rodean, que sustituyen a los habituales, y
que muestran una pasión y unos comentarios exagerados con los que justificar el
precio de las entradas. El seguidor fiel dice más con un cruce de brazos, una
mirada o el meno de cabeza siempre precisos.
Es probable que no sea mi noche,
pero parece que hay más jugadores del Bayern que del Madrid. Me entretengo en
contarlos sin problemas porque a veces los dos equipos se quedan quietos,
interpretándose los gestos como para saber quién va de farol, quién tiene
energía para un desmarque más, quién se ha quedado sin imaginación para
inventarse una jugadas. Los números son los mismos, pero lo que sigo viendo lo
desmiente. Tres de rojo rodean a uno de blanco y los demás de blanco tienen a
uno de rojo al lado. Matemáticamente, parece imposible, pero en este césped es
cierto. La vieja guardia te diría que sí con el cruce de brazos, la mirada o el
meneo de cabeza. Estos, que juegan a insultar, no se dan cuenta. Ella lleva un
vaquero ajustado. Miss Sixty, dice su etiqueta, que leo varias veces cuando
salta porque no todo es fútbol. En él no me fijo porque me gusta concentrarme
en la lectura.
Puede que el Madrid lleve dos goles
de ventaja, pero las matemáticas no están en el marcador, sino en el césped. Y
el césped siempre manda, que es algo que los novatos de las entradas nuevas no
entienden. Se ven ya camino de Munich y algunos es posible que estén ya
reservando con el móvil el hotel y el avión y un restaurante con la botella de
champán lista. Allá ellos. Yo vuelvo al césped, a la imagen del anciano del
pelo blanco y a la zona del estadio en la que los hinchas del Bayern, mezclando
pancartas en alemán y en español, parecen más confiados que nosotros porque
esta es la noche de la escuela alemana de matemáticas y ellos lo saben.
Las buenas historias tienen ya el
germen de su final en su narración y ésta no es una excepción. Miro cómo pasa
el tiempo. Aprovecho para contar de nuevo a los jugadores, siempre con el mismo
resultado. Pienso que no es una cuestión de más minutos jugados, ni siquiera de
cambiar a dos o tres jugadores. Son muchos partidos en la temporada, muchas
finales inesperadas en campos con contrarios que quieren contarles a sus nietos
cómo fue lo de aquel partido que le ganaron a. La distancia a tu objetivo no la
marca lo que te separa de él, sino el peso que llevas ya encima y estos de
blanco cargan con uno grande y grave.
Nunca había visto en el marcador
ciento veinte minutos.
Llega
la ronda de penatis y ya me imagino el resultado. El anciano quería desactivar
todas las granadas pero en algunas sí quedaron anillas. En la de Scheweinsteiger,
por ejemplo
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