Dos cebras
iguales : Hemos conseguido domesticar a todos los animales de plástico menos a
las cebras. Con las cebras no hay manera. Cuenta Desmond Morris que una vez
quisieron rodar en Africa una película sobre una princesa de la jungla y que
como fue imposible que montara en una cebra, la tuvieron que convencer de que
pintara con rayas un caballo blanco. Nosotros le damos la razón a Morris : llegaron
a cocear a un Lego (jugador de baseball) que Daniel puso encima. Todavía hay
piezas que no hemos encontrado.
Un día Daniel compró en los chinos ocho
mosquitos (Warning : Choking Hazard : Small parts Not for children under 3
years) y empezamos a tener problemas con los caballos. Aunque los dejaras con
cuidado, se caían hacia un lado. Una de esas extrañas enfermedades de los
caballos de plástico que no pudo remediar un veterinario de plástico que
compramos para la ocasión (van disfrazados de tales, pero no tienen el título).
El mismo acabó cayéndose cuando le dejabas de pie (ahora hace de enfermo en su
propia clínica). Las únicos que continuaron como si tal cosa fueros las cebras
porque a los mosquitos les repele posarse sobre un dibujo tan contrastado en
blanco y negro. Los mosquitos se debatían entre el deseo de picar y el rechazo
y al final murieron de inanición (cuatro) y de hambre (los otros cuatro).
Desde entonces no hemos tenido
ningún problema con los mosquitos. Ni se les ve. A cambio, las cebras pueden
moverse por donde quieran. ¿Si abusan? Un poco. Comen, beben y descansan. Comen
beben y descansan. Les gusta subirse a la mesa del salón porque es de madera y
eso les recordará, supongo, la tierra en la que no han vivido pero que deben compartir
con el inconsciente colectivo de las demás cebras de plástico.
Otra cosa : Dicen los libros que no
existen dos cebras iguales, como éstas. De los libros hay que creerse la mitad.
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