Lo mínimo para
ser rico : Si tuviera mucho dinero, todas las mañanas podría hacer esta fotografía
: una mesa de una cafetería, un cortado, un libro. La intensidad del momento,
sin embargo, iría decreciendo hasta convertirse en rutina : otra mesa, otro
cortado, otro libro.
Como no soy rico, estos quince
minutos tienen un valor especial. Los elementos de la cafetería van rodeando el
cortado y el libro, dándole más importancia, como si trajeran sus ofrendas. El
debate de los presupuestos en la televisión, sin volumen; el hombre con barba
que lee el periódico; el camarero que se asoma a la pequeña ventana por la que
atiene a otros clientes; la gente que camina con el traje todavía sin arrugas;
el olor de la maquina del café; los bollos ordenado en el expositor; las
pequeñas barras de pan en un cesto junto a la tostadora.
Quince minutos en los que picoteo
visualmente de lo que tengo alrededor. Es difícil ser especialmente ambicioso si momentos como éste sólo pueden llegar cuando se tiene cierta limitación
en la ambición, como si se dudara de lo que hubiese al final del camino.
Cumplido el plazo, me presento en
la Caja General de Depósitos con un aval firmado en Barcelona. La mujer que me
atiende niega con la cabeza y en mi cerebro varias ideas, empujadas por el
pánico, empiezan a dar vueltas como motoristas encerrados en una jaula redonda.
Dice bastantes cosas que no entiendo. Sólo consigo agarrar una palabra de las
que salen de ella, como si fuera un oso atrapando un salmón en el río. Bastanteo.
Quince minutos antes no quería ser rico. Ese romanticismo de la literatura y
tal. Qué va. Ni caso. Ahora quisiera tener dinero, mucho dinero, estar podrido
de dinero y poder romper el aval y encongerme de hombros y decirle a la mujer :
pues no pasa nada. Y lanzar los trozos de papel al aire envuelto por el aplauso
de todos los que en la cola, pobres, no pueden permitirse estas excentricidades
de millonarios, aunque les gustaría.
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