La camarera
cubana : Este restaurante fue antes un Sushi Itto al que nos gustaba venir.
Había un plato de arroz con cerdo que casi siempre pedía (no parecía muy japonés)
y la carta de vinos, aunque muy corta, salvaba la situación. Al principio se
comía bien, pero poco a poco fueron reduciendo las cantidades y subiendo los
precios. En el que hay ahora sirven raciones, en las paredes hay colgados varios
jamones y las botellas se alinean sobre unas baldas inclinadas. Hay otras dos
mesas ocupadas por mujeres, una de ellas por un grupo de japonesas.
Me acuerdo de una camarera alta,
cubana (siempre la imaginé cubana aunque nunca nos lo confirmó), que nos
atendía cuando íbamos. No encajaba con el ambiente, pero seguía ahí año tras
año, como si ese fuera realmente su sitio y el resto estuviera fuera de lugar.
A fuerza de vernos, nos saludábamos como vecinos. Venía a preguntar
por los niños, que traíamos en su cochecito doble, y parecía realmente contenta
cuando le decíamos que todo iba bien. Creo que elegíamos el sitio, entre otras razones,
por ella.
Una de las japonesas se levanta, se
acerca a los jamones y hace un par de fotos. Estudia cada una en la pantalla de
su cámara con atención. Después vuelve a su sitio y todos nos sumergimos en un
silencio ordenado, ministerial, como si estuviéramos en la sala de un palacio
esperando al dueño.
Dentro de unos meses diremos que
aquí había un restaurante en el que servían raciones y que estuvimos en él una
noche en la que parecía que no pasaba nada aunque, como siempre, había muchas
cosas en las que fijarse. Daniel se hace un bocadillo de lacón con el pan con
tomate que traen para acompañarlo. Lucía enrolla una loncha de jamón serrano
alrededor de un colín. Daniel aprieta su bocadillo con las dos manos. Lucía
coge su colín envuelto con dos dedos. Daniel le da un mordisco grande. Lucía lo
prueba.
El plato de arroz con cerdo, ahora
que lo pienso, parecía más cubano que japonés.
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