Maigret falta a
su cita : Voy al Paseo del Prado a que me sellen una hoja. Es el último papel
de un proceso bastante largo. Podría montar un Master en Papeleo. Es un
edificio histórico, con paredes gruesas como las de un castillo. No sé por qué,
me imagino una gestión larga, pero en el primer mostrador al que me acerco con
mi papel me dicen que es ahí, que está correcto y que no tienen ningún problema
en ponerme una etiqueta en la fotocopia.
Pretendía hacer de ello una
descripción a lo Kafka (el papeleo, el proceso, el castillo y bla,bla) que me compensara
el tiempo invertido (muchas veces la literatura se convierte en eso), pero todo
el trámite es rápido como una carrera de Ratatouille por las cocinas del
restaurante (le he dedicado más tiempo a Ratatouille que a Kafka, es cierto :
así me va)
Así que salgo con un papel que es,
básicamente, un salvoconducto para atravesar el año que viene entre las olas financieras cuatro metros. Soy como la lechera del cuento, haciendo cálculos de todo lo
que podremos hacer no para no ser más pobres. Comparado con lo que se aproxima,
ahora vivimos una calma chicha. No hay brotes verdes, sólo ese invierno que, en
plan Juego de Tronos, se acerca. Y ya se sabe que la forma de reaccionar de un
cuerpo ante la congelación es retirar la sangre de las extremidades y
asegurarse el funcionamiento de los elementos básicos : antes el corazón que
las manos. Eso es lo que pasa ahora con el dinero : antes el Estado que las
empresas.
Entro en la librería del Círculo de
Bellas Artes para olvidarme del año que viene. Recuerdo que los de Acantilado
iban a reeditar los libros de Maigret a partir del dos de octubre, pero en la
sección de novela negra, en la S, no los veo. Habría que desconfiar de la
novela negra si Maigret no aparece en la S de Simenon. Y de las librerías. Y, ya
puestos, de la literatura y de los lectores que no reclaman al Maigret de
Simenon. ¿Qué coño lee la gente? Ni lee a Simenon ni a Kafka.Todo el día con
Ratatouille. Cabrones.
Salgo enfadado de la librería (sí, cabrones todos) y
retomo mi preocupación por el año que viene ahí donde la dejé. Estoy inmerso en
mí mismo, chapoteando en un pesimismo fundamentado y sin motivos para agarrarme
a un optimismo basado en una fe un tanto lejana. Y entonces veo a un turista
haciendo una fotografía. Me giro para confirmar lo que ya sé : es el edificio Metrópolis,
que pintó Antonio López, entre Gran Vía y Alcalá. Cómo me gusta. Consigue que recuerde
lo importante : que estoy ahí mismo viéndolo y que en la mano tengo un papel
con un sello oficial.
Si no tuviera que volver a la oficina, seguiría a ese turista para recordar lo básico.
Si no tuviera que volver a la oficina, seguiría a ese turista para recordar lo básico.
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