Medio pollo para
Norman Foster : El restaurante Tudanca no salió del estudio de Norman Foster.
Tiene el diseño de todos los restaurantes de carretera : su aparcamiento, su barra para
que te pidas un bocadillo, sula zona del self-service y sus manteles de papel
recomendando el cordero lechal (su especialidad). No le falta su máquina de
sorpresas a un euro ni sus petunias en las jardineras de la entrada.
En el restaurante hay mucha gente
comiendo. Es la hora de comer y no es extraño. Esta frase tiene sentido (un
poco de paciencia) porque, además, hay mucha gente trabajando. Eso es lo que
sorprende. Mires donde mires verás a alguien haciendo su función, lo que tiene
dos efectos positivos : que cada uno puede dedicarse a lo que tiene que hacer y
que eso les libera de una tensión que les permite estar de buen humor. Es
cierto que podrían haber elegido ponerse melancólicos, o contemplativos o introspectivos,
allá cada cual, pero todos parecen estar de buen humor.
Un ejemplo : la chica que viene con
la ración de morcillas a nuestra mesa, le quita el papel que envuelve el plato
y nos la deja con un “que aproveche”. Más ejemplos : el hombre con camisa de
rayas que abre y cierra el acceso al self-service quitando y poniendo un cordel
de portero de discoteca; la que sirve los platos calientes, que sujeta su
cuchara con la dignidad de un cetro; la que te cobra al final, capaz de
calcular el precio de tu bandeja antes de que lo confirme la máquina; la que
recoge las bandejas de las mesas con una eficacia que le permite seguir las
noticias sobre el Barça-Madrid de esta noche en la televisión mientras pasa una
gamuza por la mesa. No sé si es realmente una gamuza, pero tenía ganas de
probarme esta palabra en la frase.
Bullicio de macarrones con tomate,
mitad de pollo asado, cuajada, botellas pequeñas de vino, yogures y tortas de
jamón serrano.
Si quieres ver algo de Norman
Foster, sólo tienes que alejarte unos cuantos kilómetros. Todo el diseño de las
bodegas Portia lleva su firma. Los dueños, que tenían treinta millones de
euros, dijeron : veinticinco para las obras y cinco para Norman. Norman afiló
el lápiz y dijo “vale”. Y se puso a ello.
La bodega es impresionante. George
Lucas habría podido rodar la mitad de la Guerra de las Galaxias en ella (el tiempo dedicado a la otra mitad podría haberlo pasado bebiendo Ribera). En
general, la estética va de la mano con lo práctico, aunque hay veces que, Norman
es Norman, se impone lo estético. No importa. El diseño es espectacular :
parece que estuvieras en un gran museo antes de que lleguen las obras para la
exposición. Los pasos de la guía se pueden escuchar por pasillos y salas con ese eco que te permite medir la dimensión del dinero invertido.
Aquí también es la hora de comer
(el huso horario no cambia en Burgos), pero lo que no se ve es personal. La
cuenta 640 (guiño a los del gremio) está apretada como un corsé. La misma guía
es la que te vende los vinos en la tienda, pero no hay nadie que la ayude si la
lectora de tarjetas deja de imprimir el recibo y la cola de clientes se
impacienta. Todo por ese pequeño rollo que ella coloca del derecho, del revés,
del derecho, murmurando suaves lamentos con los que quiere convencer a la
máquina de que haga su trabajo. Los veteranos ya sabemos eso de que “En el
espacio nadie puede oír tus gritos”.
Mejor no están los que atienden la
cafetería. Parecen la primera línea de defensa en Stalingrado antes de la gran
ofensiva rusa. Prisas. Nerviosismo. Aquí parece que el tiempo se escape más
deprisa, como si el reloj tuviera agujeros. De balas rusas, tal vez.
Preguntamos por unas tapas. El camarero, que corta el jamón, que sirve la mesa,
señala con la cabeza unos pinchos ya listos. No sabemos si tenemos que
servirnos, si quiere que vayamos a la cocina a hacernos unos cuantos con estos
como inspiración. Esperamos sentados en una terraza muy de Foster. Esperamos,
digo. Foster, Norman, de quien vi el documental que controló su mujer.
Impresionante. La hora de comer. Y los niños con hambre, que el reloj de su
estómago no tiene fugas. Nos tenemos que ir, tanta arquitectura para tan poca
gente.
Tudanca, pues. El sitio al que
invitaría a venirse a comer a Norman Foster (que pida un poco más de salsa con
el pollo) cuando le apetezca dejar de ser Norman Foster por un rato.
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