Un pase de
sofista : Desde que tengo uso de razón (pongamos que desde la hora del
desayuno), he estado en contra de Halloween. Firmes principios : es una fiesta
extranjera, sin tradición, infantil, a la que solo le late ese corazón de un
único ventrículo que es la caja registradora. Bolsas de gominolas de fantasmas en
las gasolineras, gorros de bruja en los chinos, baratos disfraces de vampiros
en el Carrefour : esa rutina de miedo deshuesado que cubre todo como hace la
arena con una toalla olvidada en la playa.
Andaba yo sintiéndome como esa
toalla (un existencialismo transparente que uno se puede quitar de encima con
una palmera de chocolate) cuando por las paredes de la calle del Doctor Cortezo
veo una forma distinta de proponer Halloween. En unos carteles aparece una
chica frente a la puerta de su casa, más desnuda que vestida, y con la cabeza
cubierta por una calabaza.
Las firmes convicciones están bien,
vale, pero no nos vamos a poner tan serios. Que esta fiesta no quiera decir
nada es algo a su favor, porque cualquiera puede celebrarla. Ni raíces, ni
sentimiento colectivo, ni sentimentalismo histórico, ni pertenencia a la tribu.
Te compras las gominolas, el gorro y el disfraz de vampiro y te vas a llamar a
puertas como la del cartel sin miedo y sin dudar : lo que realmente quieres es
que te den calabazas.
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