Deshojando el título : Al subirnos al
coche, el título de la película todavía se mantiene en equilibrio como una pila
de platos: inestable, pero en equilibrio. “Alexander y el día terrible,
horrible, espantoso, horroroso”. Las gotas en el parabrisas distorsionan las luces rojas de los
coches. Aunque ya es de noche todavía se pueden ver oficinas encendidas. Poco a poco van borrándose las palabras del título. Los coches que nos adelantan se saben el camino de memoria porque frenan antes de llegar a las señales que
anuncian el cambio del límite de velocidad. “El día horroroso”. Uno, dos, tres,
cuatro : en la parada del autobús, los móviles hacen más tranquila la espera.
Ya ni lo del día. La película en la que un canguro de mentira le pega en el
pecho con sus dos patas al padre de la familia. Cuando aparcamos en casa ya
está en ese grupo de películas que me harán decir “ah, ésa la vi” cuando la
pasen por televisión, incapaz de añadir nada sobre su argumento. Quizás alguno
de los mellizos recuerden más si este silencio del coche les ha servido para continuar dentro de la película un rato más.
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