lunes, 24 de noviembre de 2014

Esas redes que izarán otros



Esas redes que izarán otros : En “Yo”, un libro que le regalamos para que aprenda a dar rodeos sobre sí misma, Lucía va respondiendo a preguntas como: ¿qué no has hecho todavía?, ¿qué te aburre?, ¿qué nombre te hubiera gustado tener?, ¿qué tiempo hace ahora mismo?, ¿qué hora es?, ¿qué te hace especial? o ¿crees que el universo es infinito o se acaba en algún sitio?. Hoy se lo ha llevado al salón para continuar escribiendo en él y cuando se marcha a dormir dudo si debo abrirlo para leer algunas respuestas.

El instinto de conservar algo de lo vivido ya existe con diez años. No es constante, pero a veces los mellizos sienten la necesidad de escribir lo que han hecho un día con una dedicación que me sorprende porque jamás les he recomendado que lo hagan. Cierran la puerta, se sientan bien en su silla, cogen un cuaderno (no valen hojas sueltas) y se ponen a escribir como si bordaran. En lo que nos han enseñado, ninguno se limita a la mera descripción objetiva, añadiendo sus sentimientos frente a lo sucedido.

Sinceramente, no sabría si animarles o no a ser más regularles si me lo preguntaran. En el fondo, todo es una cuestión de lucha contra la memoria y con diez años quizás sea mejor que lo que quede sea lo que ella retenga, sin más. Con más años, el motivo es más evidente, como escribe Christa Wolf en “Un día del año”

“Pero ¿por qué describí también el 27 de septiembre de 1961? ¿Y todos los 27 de septiembre siguientes, hasta hoy, y eso a lo lardo de cuarenta y tres años, más de la mitad de mi vida? No soy consciente de todas las causas que lo motivaron, pero puedo mencionar algunas: en primer lugar mi horror al olvido, que, como he observado, se lleva consigo sobre todo la vida cotidiana, que tanto aprecio. ¿Adónde? A eso, al olvido. Caducidad e inutilidad, hermanas gemelas del olvido. Una y otra vez me veo (y me veré) confrontada con ese inquietante fenómeno. Yo quise escribir para combatir esa incontenible pérdida de existencia: al menos un día de cada año debería ser un sólido pilar de la memoria: puro, auténtico, descrito sin intenciones artísticas, lo que viene a significar entregado al azar y a merced de él. Yo no podía ni quería marcar el curso de lo que me aportaban esos días casuales; así hay días aparentemente fútiles junto a otros “más interesantes”; no me estaba permitido evitar lo banal, ni buscar, y mucho menos escenificar, lo “importante”. Empecé a esperar con cierta expectación lo que me aportaría, en el año en que me encontraba, ese “día del año”, como pronto empecé a llamarlo. Los apuntes se convirtieron en una obligación, a veces deleitable, a veces molesta. También se convirtieron en un ejercicio para combatir la pérdida de realidad”

Sin finalmente no abro el libro de Lucía para leer sus respuestas es por una cuestión de superstición. Temo que al hacerlo pierda el impulso que la lleva a ir completando cada hoja y acabe abandonándolo: en el futuro, ante las preguntas sin respuesta es posible que se dirija a nosotros para saber aquello que tampoco registramos por simple pereza. 

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