El hámster que quiso cerrar su propia
historia: Veo a Bernie tumbado sobre el algodón, fuera de la zona en la que
se ocultaba para dormir. No hace falta que lo golpee con un lápiz para saber
que esa inmovilidad es definitiva, pero aun así quiero comprobarlo antes de
abrir la jaula. Encontrarse con la muerte, aunque sea a esta pequeña escala, impone,
como ver por primera vez el mar a través de la rendija vertical de dos
rascacielos. En este momento me doy cuenta de que ya la esperaba. A su manera,
Bernie la ha ido narrando. Dejó de subirse a la rueda por las noches. Apenas
recorría los tubos de plástico. Prefería quedarse en la parte de abajo. Tardaba
mucho más tiempo en terminarse las barras de cereales y era normal que siempre
quedara algo en ellas. El bote de agua duraba más. A esto se añade que en los
últimos días no parecía prestar mucha atención a lo que pasaba fuera de su
jaula. Y esta noche, por fin, el último capítulo, en el que lo imagino
trasladando el algodón de donde dormía, debajo de la plataforma en la que
estaba el agua, a esa parte en la que sabía que iba a ser más visible, como
asegurándose de que lo supiéramos cuanto antes y el inevitable epílogo no se
extendiera demasiado.
Cuando lo saco me sorprende la
rigidez. Pienso entonces en esas piezas que los alfareros van trabajando con
sus manos y que responden a cualquier presión de las manos, por pequeña que
sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario