Una hucha que dilapidar : A la estética
le va lo dulce. Solo hace falta abrir la caja de galletas y mirar cómo están
dispuestos los diferentes tipos, cada uno en su envoltorio de papel. Antes de
que Daniel coja una de ellas, le digo que tiene que esperar a que les haga unas
cuantas fotos. Primero comen los ojos. Después, cuando en la caja ya no quede
ninguna galleta, vendrán las palabras, que contarán que Daniel eligió la caja
por el dibujo de los árboles que tenía.
Entre un momento y otro, nos iremos
comiendo las galletas a cualquier hora. En la caja no hay instrucciones de uso,
así que haremos como nos apetezca. Bastará con acercarse por la cocina, abrir
la tapa y coger una. Es el acto opuesto al de dejar una moneda en una hucha
para los malos momentos, privándonos del placer presente para garantizar la
seguridad en el futuro. ¡Qué coño de seguridad!. Vaciaremos esta hucha galleta
a galleta, invirtiendo lo sacado justo en ese presente en el que, sin salir de
la cocina, ya nos hemos metido la galleta en la boca y la estamos disfrutando.
Y esa sonrisa de complicidad si al sonido de la tapa al abrirse se asoma el
otro a la cocina.
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