Empiezo el día
comiendo churros y termino el día comiendo churros. En medio, para equilibrar
un poco, como carne de kobe en casa de unos familiares. Se puede decir que hoy
ha sido una jornada castizo-japonesa, algo en plan íntimo, en el que lo
cultural se pega tanto a lo gastronómico que casi no deja sitio para nada más :
no leo a Mishima pero sí a Umbral.
Por la mañana desayuno con mi madre
en una churrería. Hablamos de las cosas normales entre una madre y su hijo : de
los tipos de interés de los bancos. Con la edad, por lo visto, nos hacemos
banqueros y nos volvemos más sensibles a todo lo relacionado con el dinero. Se
queja de lo que le da su banco y le explico cómo están las cosas. El BCE le da
dinero a los bancos a un, pongamos, 1,5% para que estos financien a sus propios
países comprando deuda y obteniendo, en un simple pase, una rentabilidad del, digamos,
5,5%. Sin mancharse. De esta forma, el BCE compra indirectamente la deuda. Así
que, en resumen, todos están comprando deuda porque si los bancos están
metiendo tanto dinero, ya se asegurarán de que haya alguien detrás que
responda.
Por ambientar un poco la escena : a
nuestro lado una pareja china pide unas porras, un hombre mayor entra en la
churrería y le pregunta algo a la camarera.
-No, está de baja.
Y el hombre se marcha. En la tienda
que hace tiempo fue de ropa y después de ordenadores ahora venden juguetes a
diez euros. Le pregunto a mi madre si ha entrado.
-Son de otras temporadas, pero está
bien. La juguetería que hay algo más arriba también vende juguetes a diez
euros.
Mi madre me invita a desayunar.
Todos mis conocimientos sobre la situación económica actual, de los que no me
fío ni yo, me sirven para pagarme un café con leche y tres churros.
Por la noche, en la plaza de
Valdeavero, hacemos cola para comprar churros y chocolate. Son las ocho de la
noche y hace un frío de tres de la madrugada. El hombre que fríe los churros no
puede ir más deprisa, así que se dedica a hablar con los clientes. Hay que
tener paciencia porque este frío también afecta al aceite. Tenemos paciencia.
Cuando por fin nos toca, una mujer
nos sirve el chocolate que pedimos. Se acerca a un recipiente de metal al que
le quita la tapa. Se ve salir el aire caliente. Mete un cazo pequeño y sirve un
vaso de plástico con un chocolate denso. Por la forma que tiene de coger el
vaso ya intuyes que está muy caliente. Lo sostiene con el pulgar y el índice de
su mano derecha y así se lo acerca a Daniel, que es el que se lo ha pedido.
Le decimos que tenga cuidado, que
quema, que puede mancharse…todas esas advertencias que estamos obligados a
decirle, como si, llegado el caso de que se quemara o se manchara, nos librara
de responsabilidades. Daniel se acerca el vaso a los labios y lo prueba con
cuidado.
-Sí, quema.
Veo la mancha que el chocolate ha
dejado encima de sus labios. Me gusta esa mancha y es de esa mancha de la que en
realidad quería hablar.
Busco en “Diario político y
sentimental” de Umbral qué hizo un dieciocho de Diciembre, pero de ese día no
escribió nada, así que salto a otro al azar. El veinticinco de diciembre
escribió : “No hay que avergonzarse de la propia subjetividad, aunque sea
limitada. Todo menos andar por la vida con los gustos cambiados”.
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