El corazón del
conflicto : En la reunión habla un emprendedor sobre un proyecto en Internet
que ha conseguido financiación. Debe ser una idea muy buena si le han dado
dinero por ella, pero no entiendo muy bien de qué se trata. Me suena a algo que
ya existe.
Después habla otro emprendedor, un poco
mayor (sabe dónde hay que apretar el micrófono para que se le escuche desde el
primer momento), de otro proyecto para Internet. El concepto es claro y
sencillo, pero yo no metería dinero en él. Lo que yo haga con mi dinero a él le
da igual porque también ha recibido financiación.
Todo es muy virtual. No hay fotos que
enseñar con grandes naves, almacenes repletos, barcos cruzando los mares,
trabajadores subidos en los andamios o coches saliendo de la cadena de montaje.
Ebbets no habría encontrado mucha inspiración en esta reunión. Es probable que
Ebbets hubiera vendido su cámara después de ver la materia con la que están hechas
las empresas ahora.
Tampoco hay oratoria, sino pantallas en
powerpoint que la chica que apoya al primer emprendedor y el chico que ha presentado
al segundo leen cuando les toca. Es una especie de playback profesional al que
ya nos hemos acostumbrado. Si Demóstenes estuviera sentado al lado de Ebbet,
dejaría de meterse piedras en la boca y se dedicaría a subtitular películas.
La empresa que convoca el evento, con
la sana intención de indicarnos en qué fuente todavía cae un fino chorro antes
de que se corte del todo el tema de la financiación, escribe una zeta en su
nombre en el lugar en el que, desde hace cuarenta y dos años, siempre he visto
una ce. Yo mismo estoy por dejar de fijarme en estas cosas y aceptar que también
se puede escribir “barita” en un libro sin tener que sentirse agraviado :
siempre hay una manzana podrida, siempre un garbanzo negro, hombre.
Bueno. El local es amplio. Limpio.
Agradable. Y en las sillas hay gente con una idea en la cabeza que no quiere
dejar en manos de cualquiera, como madres buscando una guardería de la que
fiarse. Afuera todo cruje, pero esta gente es como ese grupo del que se habla
en “La roja insignia del valor”, un gran libro al que se le puede perdonar esa “barita”
“Las voces que pedían paso traían
el eco de los grandes acontecimientos. Esos hombres avanzaban hacia el corazón
del conflicto. Iban a repeler el avance furioso del enemigo. Mientras el resto
del ejército trataba de replegarse carretera abajo, ellos se sentían orgullosos
de marchar hacia delante. Provocaban el desplome de los tiros de caballerías
con la absoluta convicción de que nada importaba salvo que la columna llegase a
tiempo al frente. Aquel sentimiento de la propia importancia daba a sus rostros
un aire grave y severo y provocaba rigidez en las espaldas de los oficiales”
(Página 92)
Al salir, Ebbet, Demóstenes y yo vemos
una bombona de butano al lado de un taller mecánico. Es justo lo que los tres
necesitábamos. Ebbet le hace una serie de fotografías desde todos los ángulos.
Demóstenes, seducido por la consistencia que el objeto le da a su nombre, se
mete las tres sílabas en la boca y las va girando con la lengua con evidente
placer. Yo ya tengo bastante con la inspiración que dan las cosas que no solo existen,
como todo lo virtual, sino que son reales, como esta esquina, a la que la
bombona fija con una rotundidad que agradezco.
Igual que hay brigadas dedicadas a soltar
sal cuando nieva, debería existir una que fuera dejando bombonas por las aceras
de la ciudad cuando la realidad, por culpa de la crisis y lo virtual, parezca
deshacerse.
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