La rusa de Aragón
: En el césped, poco que ver. El Madrid va a cortar este árbol del CSKA usando
una lima de uñas en vez de coger la motosierra. Es lo que han repartido en
el vestuario, cosas del utillaje, y así afrontan el partido. Lo que nos deja a
los espectadores con la emoción del que, en una peluquería, observa a una
abuela mientras se seca el pelo. Mou se enfadará, lo sé, pero es que es difícil
animar cuando la abuela va a lo suyo, que es leerse su revista lentamente.
-¡Vamos, abuela!
Los ultras gritan y aplauden,
fijando su atención en algo que tengo a mi derecha. Veo a una mujer rusa con el
pelo rubio y corto, de pie, moviendo sus caderas mientras, con los brazos
levantados, sostiene una bufanda con los colores del CSKA. Tiene una
sensualidad que mezcla la de la azafata de pista de fórmula uno (de cintura
para abajo) y la de la presentadora de un asalto de boxeo (de cintura para
arriba). La suma de las dos mitades da más que uno, en una sorprendente pirueta
matemática que fascina a los ultras, a mí y a todos los que rodean a la rusa.
Abajo, decía, la lima y el árbol,
así que volvemos a la rusa. La rusa hace muchos gestos con las manos. En uno de
ellos, sutil, se las coloca entre los muslos y luego las lanza hacia afuera,
como si arrojara al público algo que guardara ahí. Igual es su forma de
desearnos fertilidad y buena cosecha. No sé ruso. Está buena esta rusa. Lo digo
en el sentido con el que una madre te mira y te dice “estás bueno tú hoy”.
Además es guapa, en el sentido que le da Turguéniev, al
que he empezado a leer hace un par de días y que menciono aquí porque también
era ruso y le da cierto nivel a la crónica.
Ronaldo mete medio gol y el portero
se mete el otro medio. Sale Benzema y añade otro gol antes de que por megafonía terminen de anunciar su cambio.
Pero no nos engañemos. Los rusos parecen pedir nieve para sentirse sueltos y
como hace noche de verano eso debe de afectar su sentido de la orientación : el
norte queda dos metros por encima de la portería, o a la derecha. Ya es tarde
para calibrar las botas y Casillas lo sabe. Y el resto del equipo. Y nosotros,
por lo que volvemos a la rusa.
La rusa tiene también sus
referencias levemente alteradas. Una alteración que resulta amena y estimulante.
Ahora le señala a un madridista su camiseta y después hace ella el gesto de
desabrocharse su blusa. Así funcionaba la economía en su época del trueque, los
que nos pone a todos un poco nostálgicos, de cuando no dependíamos de los
bancos, de las inyecciones de liquidez del BCE o de los ajustes o recortes. Al
madridista le falta ese desparpajo que a la rusa le sobra, así que hace amago
de quitarse la camiseta pero se frena, como si temiera enseñarnos la barriga.
Pero hombre.
Un momento de duda, pues, que
provoca a los ultras, que empiezan a pedirle, a gritos, a coro, que se la
quite, que sea educado con la rusa, que aquí respetamos a todos y que está bien
que el intercambio entre aficiones no se limite al banderín que se entregan los
capitanes y que luego acabará en la pared de un bar junto a los trofeos de mus
de la peña. Hay que estrechar lazos entre los pueblos, que así nos estamos garantizando
no sólo el cariño de la rusa, sino, quién sabe, el futuro suministro del gas de
su país hacia el nuestro. Todos pensamos en ese gran gaseoducto mientras
animamos al hombre a mostrar un poco mas de su barriga y otro más.
Pero el buen hombre se echa atrás, sonríe y niega con la cabeza, recogiendo sus
cartas sin esperar a ver si lo de la rusa es un farol.
Xavi Alonso da un gran pase. Ozil
muestra parte de sus habilidades. Sale uno del CSKA y entra otro y por los
altavoces la traducción del cambio al ruso parece extenderse como si comenzara
la lectura de Guerra y Paz. Animan más los del CSKA, pero esto suele pasar en el
Bernabéu, donde las cosas son un poco extrañas, hay que admitirlo.
¿Dónde habría llegado la rusa en su
trueque? Eso no lo sabremos. Antes de que se termine el partido (en su
vertiente temporal, porque en juego hace tiempo que ya se ha acabado), ella se
marcha, acompañada por un tipo grande, calvo y gordo que camina a su lado como
si fuera su guardaespaldas, su pareja y su padre a la vez. Para controlar a una
mujer así hay que representar todos esos papeles en uno. Ese hombre se gana mi
admiración.
Y ahí se termina el partido para
mí. Se lo digo a mi hermano y le parece bien. Pisamos unos cuantos pies al
salir. Abandonamos el estadio antes de que salga el resto de la gente. El
último gol, el de Ronaldo, nos llega cuando vamos a meternos en el metro. Como
si consigue seis más en los dos minutos que le quedan : éste será el partido de
esa rusa que desde las gradas, en plan Agustina de Aragón, habría podido
defender ella sola lo que sus chicos no lograron en el césped.
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