La bolsa de la merienda : Lucía está a
punto de salir de su clase de gimnasia. Hoy no voy a tener que decirle que se
abroche porque no es necesario. Hace muy buena tarde. Por fin, como me pide
siempre, le he traido la merienda en una bolsa en vez de dejarla en el coche.
Lucía me ve cómo soy. A veces
también como quiero que me vean. Muchas veces descubro, al mirarla, que parece estar
decidiendo cuál de las dos opciones elegir. Cierta seriedad, cierta obligación
consigo misma la obliga a optar por la primera posibilidad. No es frialdad, ni
dureza, ni cosa parecida. Es, simplemente, la lógica bola de metal que sigue un
circuito.
Hay momentos en los que deja de
perseguirse a sí misma y, cuando estoy tumbado en el sofá, se acerca a darme un
beso. Y luego otro, sin que exista una causa aparente.
Me gusta este momento en el que
sale de su clase de gimnasia porque, rodeada por las demás niñas, mira para ver
si ya he llegado a recogerla. Es uno de los pocos instantes en los que puedo
ver sus dos miradas mezcladas, como si fueran una.
Como no puedo hacerle una
fotografía a eso, me fijo en sus zapatos, en el contraste con el blanco. La
fotografía que se hace pensando en otra cosa.
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