El único cliente : Dicen las abuelas, tomando el decorado por la realidad :
-¡Crisis!
¡Y vas un sábado por la mañana al Carrefú y está lleno!
Las abuelas tienen razón, por lo
que aprovecho par dar un consejo doble : no vayáis al Carrefour un sábado por
la mañana con dos niños. Lo dejo aquí sabiendo que los consejos son sólo útiles
para quien puede seguirlos, que normalmente suele ser el que no los necesita.
Los demás, con dos niños de siete años y la mañana del sábado libre, tenemos
que unir los dos elementos aunque sospechemos que la mezcla pueda provocar
alguna reacción peligrosa.
Lo que, bajo ningún concepto debe
hacerse, es acceder a las peticiones de los enanos y subirles en uno de esos
carritos preparados para que detrás puedan ir sentados dos niños. ¿En qué
estaba pensando, señor Carrefour? ¿Es que hemos perdido el norte? ¿No podrían
tener, por lo menos, la consideración de esconderlos los sábados por la mañana?
Carrefour : Abrimos de nueve de la
mañana a diez de la noche.
Los enanos se suben al carrito y me
miran, como deben mirar los clientes al que pedalea en un ricksaw o empuja la
góndola por los canales. Yo respiro varias veces y me agarro a la barra azul.
Tengo muchas horas de práctica encima, por lo que no me asusto al meterme en el
centro comercial y tener la impresión de que hay gente por todas partes y de
que los pasillos se van estrechando poco a poco.
Alguno me mira con lástima por mí y
con regocijo por él mismo, por poder caminar con una ridícula cesta azul en la
mano. La cesta no te hace hombre. Y llevo ya siete años sabiendo lo que es
empujar un carrito doble por escenarios que haría palidecer a un conductor de
la EMT. He empujado carritos bajo la lluvia, por terrenos encharcados, por
escaleras mecánicas de subida y escaleras mecánicas de bajada, cada una con su
propio desafío, he pasado en medio de grupos de jubilados, de abuelas
curiosas, de quinceañeras despectivas (el carrito te echa encima dos o tres
siglos), lo he llevado vacío y lleno, con cajas de leche en la parte de
abajo, he ido despacio para no despertarles y deprisa para cruzar un paso de
cebra, he sorteado coches aparcados en la acera con el objetivo de ponérmelo difícil
(siempre animándome a crear en Facebook el grupo “Yo ya era tonto antes de
comprarme el 4X4. El coche no tiene la culpa”), lo he metido entre las mesas de
un restaurante sin que ninguna copa de agua temblara, he esquivado camareros de ceño fruncido,
lo he sujetado por rampas, he tirado de él por cuestas, lo he llevado limpio y
menos limpio, cuando uno de los dos vomitaba, sé lo que es desmontarlo y montarlo
con más rapidez y precisión que el arma de un marine, lo he subido a tranvías,
coches y aviones, lo he dejado sin adornos o, según lo pedía la edad, con
peluches, serpientes o chupetes. Tengo, en fin, mil condecoraciones ganadas
pero no concedidas, porque lo olímpico no ha llegado a la calle.
Carrefour, por decirlo rápidamente,
no puede conmigo. No tiene el suficiente nivel. Hay mucha gente, pero
experimento una curiosa ley : cuanto mayor es la confianza que la gente percibe
en ti, más fácil te lo ponen. Debía ser al revés, pero es que la mente es rara.
Ya lo tratará el Punset en algún programa.
Respecto a la cantidad de personas
que hay y al comentario de las abuelas sobre la crisis, mi dominio sobre el
carrito me permite analizar la realidad y descubrir un par de cosas. La primera
es que mucha gente está ofreciendo sus productos. No sólo puedes probar un
trozo de queso curado o una loncha de jamón. Hay un pasillo con alcaldes
ofreciendo bonos patrióticos que huelen a podrido :
Alcalde : Como el buen queso.
Y políticos entregando folletos con
sus lemas con y si faltas de ortografía; y sindicatos llamando a la huelga para
solucionar aquí un problema que tiene su origen a miles de kilómetros, donde no
hay sindicatos; y banqueros con convertibles mutables en opciones o al revés; y
un tipo del BCE soltando dinero por una fuente de plata a la que sólo pueden ir
a beber los gorrinos con sucursales; y parados que traducen su curriculum a
todas las lenguas vivas y todas las muertas; y vendedores ofreciendo 2X1, o 3X1
o 4X1; y trabajadores a los que les puedes coger todo el tiempo que quieras
porque nadie va a decir nada. Y, claro, más puestos en los que probar lentejas huecas, salchichas alemanas, un chupito de detergente, un chorrito de champú, una
pizza de piña, un yogur desnatado arriba y graso abajo, una paella o unos
mejillones rellenos de chocolate.
La segunda cosa que descubro es que creo que soy el único cliente.
(Dedicado a Laura y Alex, que pronto se unirán al club de los cochecitos dobles)
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