Una mano para las migas : Les he visto
sentarse en una mesa y pedir la hamburguesa de tres pisos. En un local famoso
por no andarse con rodeos, los camareros las traen envueltas en papel de plata
y te las dejan en el plato para que las descubras tú mismo. Lo que te
encuentras es exactamente lo que te imaginabas por las descripciones de los
demás. Una vez que todos hemos visto la tarea que tenemos delante, nos quedamos
en silencio unos segundos. Somos el entrenador que, en la esquina, le
pregunta al estómago si se ve con fuerzas para este combate.
-Sin problemas.
No es una cuestión de espacio, sino
de tiempo, y eso nos sobra. Así que poco a poco esas hamburguesas de tres
pisos, con sus patatas, con sus nuggets de pollo para picar y sus ensaladas, van
desapareciendo de los platos a base de premolares y molares. La botella de vino
llega abierta, pero eso no importa. Tenemos ese buen humor que nace de una mesa
abundante en la que todos comen al mismo ritmo. Es probable que el primer
chiste de la historia naciera en una cueva después de rebañar los huesos de una
pieza.
Ahora les veo acercarse a la
bandeja de pasteles que uno ha traído a la oficina. De cavernícolas a geishas.
Se quedan mirando los pasteles, adelantan una mano y se detienen, como si
vieran de repente una alternativa mejor en una partida de ajedrez. Lo que era
determinación y carrillos llenos ahora es la delicadeza del dependiente que
termina de ajustar una flor en un ramo.
Pequeños mordiscos, una mano debajo
de la boca para recoger las migas que caen, y un elogio sincero sobre el
pastel. Con la carne nació el primer chiste, pero el que llevó pasteles a la
cueva por primera vez hizo que la civilización avanzara varios pasos.
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