Genealogía de la llave : Ya hay
prototipos de coches que se abren con tu voz. Todos tenemos una huella única a
la que no le afecta el contenido del mensaje, por lo que dará igual si decimos
“Mou, te echaremos de menos” o “La resistencia del hombre al vacío es más grande
de lo que creemos”. El coche no se mete en temas de fútbol o filosofía, todo lo
da por bueno si por debajo estamos nosotros. Cosas de la biometría. Como llave
con piernas, no podemos perdernos a nosotros mismos (por lo menos en un terreno
puramente físico), pero como suele ocurrir, este empujón tecnológico se deja
algo en el camino: la importancia de la llave.
Nos hemos olvidado de las funciones
de una llave. Una llave gruesa, pesada, como las que abren las puertas de los
almacenes de pueblo, ya hace de embajadora del propio objeto, dándole
importancia. Tienes en la mano, además, algo sólido, persistente, reconocible,
que le presta sus adjetivos a aquello que protege. Y, por último, con esa llave
ya posees el objeto con más seguridad de la que te pueda dar un papel firmado.
Toda la angustia del hombre moderno
(aquí va mi resumen definitivo de las causas) se debe a la desproporción entre
el tiempo que le dedica al trabajo y el poco peso de las llaves de aquello que
se esfuerza por pagar. Una buena llave de pueblo, como tiene que ser, te
quitaba en dos guantazos cualquier tristeza metafísica sobre la virtualidad de
la realidad y su flujo y su indeterminación. Tonterías. Podrías decir: yo soy
mi llave y quedarte como Dios, alejando a filósofos y psicólogos del mundo 2.0.
Y en el caso de tener que entregarla, te podrían dedicar un cuadro como “La
rendición de Breda”, algo que jamás podría permitirse ese tipo del Ferrari al
que su coche ha dejado de reconocerle la voz.
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