Las ofrendas de tres devotos : En el tupper me encuentro un pelo. Como me pilla con
hambre, trato de encontrar alguien de la familia, vivo o muerto, a quien pueda
pertenecerle para no frenarme, pero no lo logro. Debía venir en el tarro de la
verdura. No es verdad que donde haya pelo haya alegría porque me quedo algo
abatido. Dejo el tenedor, cierro el tupper y me sumo a los dos compañeros que
no se han traído comida. Los tres nos acercamos a la máquina que tenemos cerca.
Solo hay sándwiches de queso con jamón o queso con lomo. No parecen muy jugosos
y, además, están en oferta, lo que no mejora la situación. Es como ver dormir a
un grupo de tortugas. Vamos al Supercor a echarle un vistazo a sus sándwiches
porque esos sí que tienen buena pinta. Las tortugas se convierten en cachorros
juguetones. ¡Sabrosos y frescos!. Pero también caros : con dos de ellos te
pagas una cena en Mónaco. Volvemos hacia la primera máquina poco convencidos
cuando vemos a una mujer de azul, con tacones, echar unas monedas. Nos paramos
porque sabemos que la máquina deja caer el cambio en una rendija que está en la
parte de abajo. La mujer puede doblar las rodillas para recogerlo o inclinarse
hacia delante. Todos esperamos unos segundos. La mujer no dobla las rodillas.
Cuando se marcha, compramos los sandwiches sin dudarlo, más como una ofrenda a
la máquina que por alimentarnos.
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