Antropología de
aficionado : Alguien, Intentando suavizar el oxímoron que plantea, ha
pintado de blanco el cartel que anuncia la prohibición de poner carteles.
Podría haberlo quitado, pero eso habría dado a entender que la pared está ahí
dispuesta para todo el que quiera anunciar algo. La solución me parece elegante
y el resultado, de profesional.
A pocas
calles de distancia se puede encontrar un muro en el que se van acumulando
anuncios de corridas de toros, fiestas en discotecas y consignas políticas en
el que un tipo sonriente, mirando hacia el horizonte (el suyo, no el tuyo) te
pide el voto para un puesto que ya dejó atrás con sus correspondientes
escándalos.
Me parece
bien que coexistan estas dos formas de enfrentarse a un muro para que,
dependiendo del día, te sumerjas en la contemplación zen de una superficie en
blanco o eches un vistazo a la historia viva del pueblo para hacer un poco de
antropología de aficionado.
Pero hoy,
viendo los preparativos de las fiestas, mis simpatías van hacia este muro
vacío. No entiendo cómo, año tras año, se sigue decorando las calles como las
mismas banderas, cómo se montan las mismas atracciones, cómo se gasta el dinero
en preparar otra corrida en la plaza de toros. Se me hace extraña esa rutina de
la alegría, esa necesidad de que alguien desde fuera lo prepare todo y nos diga
: ahora sí que, oficialmente, podéis divertiros.
Esquivando
esas calles decoradas termino aquí, descubriendo el cartel y haciéndole una
foto como el que encuentra una prueba de la existencia de esa realidad paralela
que más de una vez ha intuido.