El sol se pone más despacio el viernes : Para
comprobar que el sol se pone más despacio el viernes, solo hace falta ir en
coche a través de uno de esos paisajes de horizonte liso por los que a veces se cruza
una señal, un árbol, un poste del tendido eléctrico con un penacho de hierba
seca a sus pies.
Conviene ir sin prisa (la cena
empieza cuando tú llegues) por un camino que las ruedas se sepan de memoria
para poder prestar una atención distraída a todas esas cosas que no te
necesitan para suceder. La puesta de sol, por ejemplo. Al sol le importa bien
poco que estés ahí para admirarlo, en plan rollo tranquilo en Ibiza, o que te
pille preparando dos tortillas francesas para la cena, en plan rollo nada
tranquilo en casa. Toca atardecer y él se pone sin esperar al poeta que
necesita un poco de inspiración o a la pareja que va a celebrar su aniversario.
Veo cómo el cielo se va cubriendo
con ese color naranja que en las páginas de compra de entradas te indica que
quedan pocas localidades. Tono "quedan pocas localidades", pues. Es
bonito. La Naturaleza, cuando te esfuerzas por describirla, te abre los matices
de su belleza.
Salto de la imagen del sol (a mi
derecha) a la conversación con la conductora (a mi izquierda) sobre cosas del
trabajo. Ese tipo de charla en el que se pasa de una anécdota a una queja como
el que va sacando las cosas del lavavajillas y las coloca en su sitio para
olvidarse de ellas. Cuando vuelvo a mirar al sol compruebo que apenas se ha
movido. El matiz del cielo es "casi todo vendido". Parece haber
derretido el punto del horizonte que tiene debajo. Poco más.
Regreso a la conversación, que
sazono con unas cuantas palabras importantes (crisis, dinero, futuro) y algunas
menos trascendentes (vino, fotos, libro). Hecha mi aportación, vuelvo a mi
experimento con el sol. Sigue inmóvil. Un color "no hay entradas"
fascinante, pero inmóvil. Tampoco me extraña. Los viernes yo mismo me demoro
cuando termina la jornada: el resto de la semana se sale corriendo del trabajo
para llegar a este momento, así que una vez alcanzado no hay por qué apresurarse. Igual que el
corredor de maratón que parece frenarse unos metros antes de pasar por meta.
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