La revancha de las gaviotas : Hace unos
diez años, era muy fácil encontrar una obra de Chéjov en el programa del
Fringe. ¿No era lo lógico en un festival dedicado al teatro?. Podías coger unos
cuantos flyers, lanzarlos al aire y en los pocos que atrapabas seguro que leías
“Tío Vania”, “El jardín de los cerezos” o “Las tres hermanas”, obra ésta que un
año acabamos en gaélico escocés en un lejano venue en el que, en el intermedio,
unas atentas damas repartían dulces entre los participantes como el que ofrece
una bebida energética al que acaba un maratón. Así nos sentíamos nosotros.
En todo este tiempo las cosas han
cambiado y no me cuesta relacionar esa sensación de extrañeza que tengo con la
ausencia de Chéjov. Ya no es un nombre que aparece en los titulares, sino en
alguna columna de interior. Las compañías, por lo que veo, no solo han dado la
espalda a Chejov, sino a otros autores como David Mamet (antes podías ver una
representación diferente de “Oleanna” cada día). La gran mayoría escribe sus
textos, como si lo más lógico para esta generación acostumbrada a controlarlo
todo mediante la tecnología fuera ser dueña también de lo que representa. El
resultado es que gran parte de lo que me ofrecen no me interesa: si quieres
saber por dónde se mueve el teatro actual, basta con pasarse por las salas del
Traverse, dejando a los chicos de la Royal Mile de lado.
Quizás ese silencio acerca de
Chéjov tenga relación con algo que este año me llama la atención : la gran cantidad
de gaviotas que hay en la ciudad y su ausencia de miedo. Cientos de gaviotas
que hacen de gallos a primera hora, que te persiguen como palomas en el parque,
que hurgan en las basuras como ratas cuando las calles están todavía desiertas.
Su actitud no es solo una forma de supervivencia, sino la revancha de unos
animales que ven cómo el autor que les dedicó una obra parece no tener sitio en
el festival de teatro de su ciudad.
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