Nadie arranca la
etiqueta de un tirón : Hay valientes (e irresponsables) que piensan que pueden
pasar de la playa a la mesa de la oficina en unas cuantas horas. Cargan el
coche, se detienen solo para ir al baño y en unas horas ya están en casa, revisando
los mails en el portátil para presentarse en el trabajo a la mañana siguiente sin
tiempo que perder.
Pero las cosas no son tan
sencillas. Pasar de las vacaciones al trabajo requiere un tiempo de
descompresión. Si no se respeta, es bastante probable que uno explote por
dentro sin darse cuenta y continúe con su vida normal sin ser consciente de
que, básicamente, está muerto.
Hay que tenerse un poco más de
cariño y escucharse un poco. Igual que uno no se planta en la playa con el
mismo aplomo el primer día que pasada una semana, obligado a vencer una inercia
de traje y corbata que no reconoce las primeras olas aunque te cubran los pies,
lo mismo sucede con el proceso contrario. Con esa decisión de romper
bruscamente con la sombrilla y el chiringuito y los cubos de plástico, uno se
lleva el cuerpo pero se deja lo fundamental de sí mismo tumbado en la toalla,
como si todo el año fuera agosto.
Esas cosas hay que hacerlas con más
tacto, como cuando se quita la etiqueta con el precio de un regalo. Si se hace
con paciencia, acaba saliendo, pero si se abandona uno a las prisas, solo arranca
un poco, dejando el resto como prueba de que no fuimos muy cuidadosos con el
regalo, lo que acaba diciendo más de nosotros que el propio regalo.
Con suavidad, pues. Poco a poco.
Podemos marcharnos, sí, pero rascando con cuidado con la uña para arrancarnos
suavemente de la playa, del sueño sin despertador, de las comidas con vino, de
los caprichos en los puestos del paseo. Así, poco a poco. Nos metemos en el
coche pero damos varias vueltas alrededor de nuestro hotel, como buscándonos en
la playa antes de meternos en carretera.
Y ya en la autovía, conviene
pararse bastante a menudo en las gasolineras con cafetería. Igual que ofrecen
los lavabos o una tienda con artículos básicos, ahora han dispuesto unas mesas
y unas sillas para que te sientas como si estuvieras en un chiringuito. En vez del
olor a mar, te llega el de la gasolina y si quieres comer algo, no esperes un
plato de calamares, solo un sándwich de atún. No importa. Quédate ahí un rato,
combinando los dos mundos. Dándote tiempo a alcanzarte a ti mismo, a arrancar
la etiqueta un poco más, a descomprimirte.
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