La fuente de la eterna inspiración : El
Canal de Caledonia, en el que se invirtió una cantidad de dinero astronómica
para que los barcos pudieran cruzar Escocia en su camino hacia los países del
norte, apenas se utilizó cincuenta años. La revolución industrial y la
aparición de la máquina de vapor supusieron el desarrollo de un nuevo tipo de
barco que ya no podía ni necesitaba utilizar ese canal.
Esta zona, en la que el canal se
une con el Lago Ness, está repleta de turistas, como si lo que no pudo lograr
la ingeniera lo estuviera compensando la historia del monstruo. “Si existe”,
dice un cartel, “debe medir unos nueve metros de largo”. Añade que el lago
tiene una profundidad de 227 metros en su punto más profundo y una longitud de
37 kilómetros, lo que equivaldría a 4.000 monstruos Ness.
Todo eso lo explican también en el
paseo que se puede dar por el lago en barco. Hablan de un animal que salía del
lago para comerse a las personas y del sacerdote al que mandaron llamar para
calmarlo: tan bien hizo su trabajo que hasta hoy, salvo en un montaje
periodístico o en la trompa del elefante de un circo, no ha vuelto a asomar la
cabeza.
Como nos queda un poco de tiempo,
caminamos hacia una orilla. Amarrados cerca del lago hay varios barcos de
recreo caros. En la cubierta sus dueños parecen esforzarse en realizar acciones
cotidianas, como si no le dieran importancia a la cantidad de dinero sobre la
que navegan. Esas sillas de plástico, por ejemplo, las podrías ver en cualquier
terraza.
Daniel y yo metemos las manos en
este lago. El gesto se queda incompleto porque deberíamos haber bebido de esa
agua: me da por pensar, en el autobús de vuelta, que el que lo haga tendrá
garantizada de por vida la capacidad de contar historias, asegurándose además
que los momentos en blanco serán pasajeros.
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