La jaula de
cristal y sudor : Incluso en la ciudad, hay deportistas de verdad y de mentira.
Yo, para andar sin rodeos, soy del segundo grupo.
A los de verdad los veo desde el
gimnasio correr por la pendiente que tengo delante con la soltura y la ligereza
del que avanza con una misión mientras yo sudo en la cinta como si estuviera
rodeado de lava.
Lo que nos dicta la conciencia del
esfuerzo es que salgamos, que nos unamos a ellos, que aceptemos los cambios de
temperatura, de rasante, de velocidad, el verte a diez kilómetros de casa cuando
estás agotado o torcerte un pie por un camino por el que no pasa nadie. Encajar
el sufrimiento, añadir un poco de riesgo. Que el cerebro también sude. Esas
cosas.
Pero nos quedamos en el gimnasio,
en una farsa que aceptamos y que no criticamos, como si fuéramos todos del
mismo partido y nos tapara la boca la obediencia a las siglas. No voy a decir
que sea mejor quedarse en la cama que venir, pero sí que estos ejercicios
esconden la trampa del sucedáneo.
Para que no le demos vueltas a la
cabeza, tenemos música, pantallas con distintas cadenas y monitores que, cuando
te ven desfallecer, se acercan corriendo a charlar para que no pienses qué
haces aquí dentro:
-¿Viste cómo Pinkman rociaba de
gasolina la casa de Walter?
La cosa suele funcionar porque los
monitores saben de qué tienen que hablar con cada uno. Son muy buenos: creo que
hasta se reparten las series para abarcarlas todas y poder decirte algo de
"Aquí no hay quien viva" o de "The Wire", según toque. Ahí
sí que son profesionales. A veces creo que igual que en Hollywood todos los
camareros son actores en prácticas, aquí los monitores son aspirantes a
guionistas. El día que alguien se desmaye en spinning o se parta el esternón
con una pesa mal cogida, se verá si además saben de todo esto.
-Estaba jodido el Pinkman, ¿eh?
Pero jodidos estamos los de esta
jaula de cristal y sudor viendo a los deportistas al aire libre ejercitarse con
una profesionalidad de anuncio, envueltos en la lírica de la voluntad y con un
sudor tan puro que podría embotellarse, mientras que el nuestro solo sirve para
empapar una toalla que muchas veces no puede reanimar ni la lavadora.
En fin. Aquí seguimos. Sudamos,
vale, pero nuestras ganas de aventuras siguen entre las sábanas de la cama,
estirando un poco más el descanso. Como legalmente no está bien visto que
acabemos con todos los deportistas que están del otro lado del cristal, lo que
nos queda es esperar a que lleguen los días cortos, a que empiece ya el frío y
solo queden los que no van a casa ni para descansar.
Cuando salgo hoy, ya está
anocheciendo. Muy bien.
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