Una oficina en la arena : Daniel y yo queremos
dar un paseo por el mar en la banana gigante de plástico. Nos hemos fijado
estos días desde la orilla y parece divertido : una lancha la lleva de un lado
a otro y de vez en cuando gira bruscamente para tirar a los que van encima y
dejar los puntos rojos y amarillos de los chalecos flotando en el agua. Si
permito que Daniel tenga que insistir un poco antes de ceder es para ganar unos
cuantos puntos, porque yo soy el primero que quiere probarlo.
Me paso por la caseta para
informarme. La puerta está cerrada. Doy un rodeo y veo a un hombre y a una
mujer sentados en la arena. Él es el que pilota la lancha. Me mira desde abajo
como si no hubiera mejor sitio para estar. Y tal vez tenga razón : el mar, el
sol, y los clientes acercándose mientras tú te relajas mirando el horizonte.
-Es necesario un grupo mínimo de
seis personas para salir a dar un paseo – me dice.
Le cuento que nosotros somos dos,
que si hay alguna forma de arreglarlo. Claro, dice, nos dejas un número de
móvil y te llamamos. Le pregunto si hay problemas en crear grupos y me dice que
no, que no hay problemas. Ella se gira a por una libreta gruesa, la abre, y
anota mi móvil y mi nombre con buena letra. Ese gesto, no sé por qué, me basta
para convencerme de que ya está todo hecho.
Supongo que habrá mucha gente que,
al llegar una mañana de noviembre a la oficina, se diga que tiene que hacer
algo para cambiar su vida. El hombre, que se despide levantando la mano, parece
ser de los que después de decírselo, diseñó un plan y, ya puestos a cambiar
totalmente de vida, decidió apostarlo todo al que más le apetecía, al más
absurdo, al que le debería llevar a estar una mañana de agosto sentado en la
playa, esperando a los clientes
No hay comentarios:
Publicar un comentario