lunes, 14 de julio de 2014

El testamento de la tarántula


El testamento de la tarántula : En la sala dedicada a la naturaleza misteriosa del zoo, Daniel y su primo juegan a encontrar dónde se esconde cada animal en su pequeño hábitat. Yo les sigo, leyendo las explicaciones que ellos se saltan por si hubiera algún dato que fuera interesante y pudiera compartir. Si me paso con la información, puedo ser como esos frenos mal ajustados de las bicicletas que se agarran a las ruedas, así que trato de ser selectivo. Pero mis temores desaparecen:  al cabo de dos o tres comentarios veo que van tan adelantados que no merece la pena hacerles venir.

Sigo con lo mío: trato de juzgar el trabajo de los redactores desde un punto de vista literario. No sólo si lo que escriben es relevante sino si lo hacen de forma interesante. Y este juego tiene cierto parecido con el de los dos primos porque, entre las palabras de los textos, también se esconde alguna sorpresa si se les dedica el tiempo suficiente. Y hay muchas.

De todos ellas, uno de mis textos favoritos es el dedicado a la Aphonopelma seemani, una tarántula.

“Depredadoras por excelencia, todas las arañas son carnívoras sin excepción pero también sirven de alimento para otros animales, incluyendo al hombre. Algunas especies de grandes tarántulas sirven de alimento para las larvas de determinadas avispas que con el fin de inyectar su veneno paralizante, libran una asombrosa batalla con la araña. Ésta, inmobilizada, será llevada hasta la guarida de la avispa que pondrá sus huevos entre el pelo de la víctima. Las larvas que nazcan tendrán carne fresca de que alimentarse”

Me gusta que, al dedicarle la mayoría del texto a la avispa que acaba con la tarántula, el redactor parezca mostrar, sin complejos, su poca simpatía por la propia tarántula de la que debería hablar, deteniéndose en el episodio en el que se describe su muerte humillante, dolorosa.          

Pero siendo interesante ese supuesto posicionamiento en contra de la pobre Aphonopelma seemani, lo que definitivamente muestra al redactor (o redactora), que hasta entonces ha hecho poco por esconderse como los demás bajo la supuesta imparcialidad científica, es ese “inmobilizada” que aparece en el texto. En un primer momento la tomo únicamente como una sorprendente falta de ortografía, pero poco después cambio de opinión y la veo como un elegante detalle de la redactora (o redactor) con el lector. Al encontrarse con esta falta, el lector frena su lectura y nota un pinchazo semejante al que siente la araña con el aguijón paralizante de la avispa. Es el instante en el que el lector se convierte en tarántula y entiende que el texto es una advertencia: aunque te creas una tarántula poderosa y protegida desde ese otro lado del cristal, estás rodeado de avispas que solo te valorarán por lo que puedan sacar de ti.

El texto escrito por una tarántula experimentada. 

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