El testamento de la tarántula : En la
sala dedicada a la naturaleza misteriosa del zoo, Daniel y su primo juegan a
encontrar dónde se esconde cada animal en su pequeño hábitat. Yo les sigo, leyendo las explicaciones que ellos se saltan por si hubiera algún dato que
fuera interesante y pudiera compartir. Si me paso con la información, puedo ser
como esos frenos mal ajustados de las bicicletas que se agarran a las ruedas, así
que trato de ser selectivo. Pero mis temores desaparecen: al cabo de dos o tres comentarios veo que van
tan adelantados que no merece la pena hacerles venir.
Sigo con lo mío: trato de juzgar el trabajo de los
redactores desde un punto de vista literario. No sólo si lo que escriben es
relevante sino si lo hacen de forma interesante. Y este juego tiene cierto
parecido con el de los dos primos porque, entre las palabras de los textos,
también se esconde alguna sorpresa si se les dedica el tiempo suficiente. Y hay
muchas.
De todos ellas, uno de mis textos
favoritos es el dedicado a la Aphonopelma seemani, una tarántula.
“Depredadoras por excelencia, todas
las arañas son carnívoras sin excepción pero también sirven de alimento para
otros animales, incluyendo al hombre. Algunas especies de grandes tarántulas
sirven de alimento para las larvas de determinadas avispas que con el fin de
inyectar su veneno paralizante, libran una asombrosa batalla con la araña.
Ésta, inmobilizada, será llevada hasta la guarida de la avispa que pondrá sus
huevos entre el pelo de la víctima. Las larvas que nazcan tendrán carne fresca
de que alimentarse”
Me gusta que, al dedicarle la
mayoría del texto a la avispa que acaba con la tarántula, el redactor parezca
mostrar, sin complejos, su poca simpatía por la propia tarántula de la que
debería hablar, deteniéndose en el episodio en el que se describe su muerte
humillante, dolorosa.
Pero siendo interesante ese supuesto
posicionamiento en contra de la pobre Aphonopelma seemani, lo que
definitivamente muestra al redactor (o redactora), que hasta entonces ha hecho poco por
esconderse como los demás bajo la supuesta imparcialidad científica, es ese “inmobilizada”
que aparece en el texto. En un primer momento la tomo únicamente como una sorprendente
falta de ortografía, pero poco después cambio de opinión y la veo como un
elegante detalle de la redactora (o redactor) con el lector. Al encontrarse con esta falta, el
lector frena su lectura y nota un pinchazo semejante al que siente la araña con
el aguijón paralizante de la avispa. Es el instante en el que el lector se
convierte en tarántula y entiende que el texto es una advertencia: aunque te
creas una tarántula poderosa y protegida desde ese otro lado del cristal, estás
rodeado de avispas que solo te valorarán por lo que puedan sacar de ti.
El texto escrito por una tarántula experimentada.
El texto escrito por una tarántula experimentada.
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