martes, 1 de julio de 2014

No hay mejor mascota




No hay mejor mascota : Al final del pasillo se llega a un pequeño patio luminoso con varias mesas y sillas de madera, todas diferentes. Somos los primeros y dejo que los mellizos elijan la que más les guste. La carta es pequeña y la descripción de cada plato tiene algo sugerente para diferenciarse de los demás locales que no están de moda.

Mis tacos de atún vienen acompañados por unas judías verdes con pelusilla. La pariente noble de las judías que en casa tengo en tarros de cristal, lo que ahora me hace sentir como un profesor loco experimentando con verduras. No es bueno que las judías estén encerradas. Después vienen unos segundos de culpabilidad. Después, otros de duda : ¿me las como?

En apenas media hora, el pequeño patio va llenándose de gente. A nuestra izquierda, una pareja empieza a fumar y a hablar de poesía. ¿A ti que te llega de un poema?. A mí la música del lenguaje. Y a mí, pienso, vuestro humo, cabrones, ese ingrediente con el que no había contado en mi comida. Siempre me fascina la despreocupación del fumador con su humo, evidente aún más en un restaurante. Mi equilibrio interior está a punto de venirse abajo cuando regreso a mi plato, a  mis judías con pelo: las acaricio ligeramente y la tensión desaparece.

Pero en otra mesa se abre un frente nuevo. La más habladora del grupo les traduce a sus dos compañeras el menú al inglés. A gritos va añadiendo comentarios sobre lo típico que es todo con un acento inglés con el que yo utilizaría un cuaderno y un bolígrafo para expresarme. Ella comparte sus mal aprovechadas clases con la generosidad con las que los fumadores de al lado extienden el humo. Esta segunda línea también supone una amenaza para una comida que iba muy bien. Mis dedos vuelven a buscar la piel de las judías y a cambio de nuevas caricias ellas me devuelven al estado inicial en el que sólo estábamos nosotros tres y el sol y el menú.

Sigo acariciándolas. Ya sé que no me las voy a comer porque nadie hace eso con sus mascotas. 

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