La habitación 302 : Asomarse al pequeño
balcón es, a primera hora, una forma casi perfecta de sumergirse en una mañana
de julio en Madrid: el seguimiento al azar del paseo tranquilo de alguien por
la Cava Baja, el doble tirón del dueño a la cadena de la bicicleta recién atada
a un poste, el golpe de las puertas del camión de reparto al cerrarse, las
sombras del forjado del balcón perfiladas en mis pies descalzos, las palabras
limpias de una conversación, los antebrazos
sobre el borde metálico y el sol sobre todo esto, reinando entre los tejados y obligando
a los relojes a obedecer su ritmo.
A la habitación 302 también llega
el olor a madera ardiendo del horno de un asador cercano, abriendo un hueco al
otoño a través del olfato. El contraste retrasa aún más el momento de abandonar
este balcón.
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