La copa de vino tinto que salvó al mundo
: El dependiente de la barra agarra la botella con una mano y la aprieta con
cuidado. Demasiado caliente. De una cubitera en la que flotan tranquilamente
unos hielos saca otra y repite el mismo gesto. Demasiado fría. Espera que le
diga algo que salve su honor. Que cambio por un blanco, por ejemplo. Pero
permanezco en silencio por una cuestión de estética (me gusta cómo llena el
espacio una copa de tinto) y de principios (me parece que el blanco atrae
conversaciones más superficiales). Sigue un silencio incómodo que se extiende
por todo el mercado, como ese momento de equilibrio en la pelea entre dos
superhéroes cuya energía, al chocar, va arrasando con el mundo al dispersarse. Para
salvar al mundo se acerca un encargado que propone una solución: dado el
calor que hace, podría llevarme dos copas de vino frío y esperar a que se vayan
calentando. Es una tarde agradable y nos espera una cena con amigos, así que
puedo ceder para evitar que Madrid desaparezca. Me llevo dos copas de vino frío
a la mesa que tenemos junto a la ventana. Damos dos sorbos y nos quedamos en
silencio: la conversación tiene que esperar a que el vino se caliente. Miramos
a la gente que pasa por la calle sin sospechar lo cerca que ha estado de su final.
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