Los aficionados del sábado : En
cierto modo, casi todos ya lo sabíamos: es sábado y las espadas llevan
protector. Lo del casi va por el chico a mi izquierda, que, después de trabajar
por la mañana, ha venido en coche desde Gijón para ver al Madrid. Antes de
conocer su historia, despotrico un poco del juego del Madrid, busco nubes en el
cielo, compruebo hasta qué parte de la canción en japonés que cerraba Heidi me
sé y mando algún mensaje al grupo de Wassup que han creado los mellizos. No
encuentro ninguna frase memorable con la que estrenarme porque éstas solo
crecen en twitter. “Gol de James 1-0”. Tampoco importa : aquí solo germinan los
comentarios banales y los iconos. Cuando me entero de que estoy junto a alguien
que ha recorrido unos quinientos kilómetros para estar aquí, mi disposición cambia.
Vuelvo al partido como el profesor que repasa un examen para tratar de llegar
al cinco. Elogio algunas jugadas. Alabo la calidad del césped, que parece el
del jardín de algún millonario. Aplaudo con decisión. Oriento el juego con un
par de gritos. Lanzo algunos tacos bien pulidos para que reboten y lleguen
lejos. Solo me falta ponerme de pie cuando saca Casillas como si solo eso fuera
una clara ocasión de gol. El chaval parece ajeno a mis esfuerzos. Compruebo que
no reacciona. Hasta que en un momento veo en su mirada cierto reproche, como si
mi forma de actuar fuera la de un domingo, no la del sábado que él ha venido a
disfrutar.
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