domingo, 22 de julio de 2012

Accidente nocturno




Accidente nocturno : Si me ofrezco a ir al pueblo de al lado para comprar dos barras de pan no es por las dos barras de pan, sino por lo que pueda pasar cuando las compro.

El pueblo de al lado es más grande, tiene un festival de cortos y en uno de los bares han puesto una pantalla plana en la calle por si no se te ocurre qué hacer mientras te tomas el botellín. A veces veo a una mujer sentada junto a la puerta de una casa y me digo : ahí está el pueblo y vivo con la impresión de encontrarme ya, de verdad, en el pueblo, hasta que en uno de los supermercados descubro una botella de limoncello, original de Italia, y varias marcas de yogures light, y vuelvo a quedarme fuera del concepto de pueblo, en una tierra de nadie porque esto tampoco es una ciudad.

En la panadería la gente se da los buenos días al entrar y acude con una bolsa de tela a por el pan. Yo doy los buenos días y me meto las manos en los bolsillos, un poco culpable. Aprovecho para leer anuncios de alquileres en Cuenca y de pastillas orgánicas para las barbacoas, aceptando como irrefutables cada una de las ventajas de su uso. En esta panadería he aprendido un par de cosas.

La primera es que toda panadería, como ésta, debe tener un gato que persiga a los ratones que acuden al almacén donde está la harina. Si una panadería no tiene gato, es que no hacen ellos mismos el pan. En el Opencor no hay gatos, no digo más.

La segunda la aprendo esta misma mañana, pero para eso tengo que dejar de leer el anuncio de fuego orgánico y centrarme en la conversación. Dos hombres de unos sesenta y muchos años (la edad de un hombre, pasados unos años, puede medirse por la distancia que hay entre el cinturón de sus pantalones y su cuello y en este caso es pequeña) y una mujer, con las manos cogidas sobre la tripa, hablan.

El mayor de los dos hombres está enfadado. Debería mostrar que está enfadado sin decirlo yo directamente, pero no vamos a ponernos exigentes. Enfadado. Se ve en las exclamaciones.

-Al volver de la boda se tropezó con el bordillo y tuvo la mala suerte de golpearse contra el marco de la puerta. ¡Mira que le dije que se esperada, que yo le traía con la furgoneta, pero su mujer dijo que no!. ¡Siempre las mujeres!

La mujer asiente. La panadera apoya las dos manos en el mostrador con fuerza, en un gesto que me parece muy italiano.

-¿Se rompió una pierna? – pregunta la mujer que asiente.
-No, se dio en la cabeza. No paraba de sangrar. Se lo iban a llevar a Quintanar, pero al final fue para Tarancón.
-La cabeza es muy dura – dice la mujer que asiente.

El hombre enfadado no añade más. Coge su pan y paga sin contar las monedas. No sé si está enfadado con el hombre que bebió demasiado en la boda, con su mujer, con todas las mujeres o con el miedo que sintió al ver toda esa sangre y que todavía lleva pegado por dentro. Sale de la panadería acompañado por su escudero, que se ha limitado a escucharlo con atención.

La mujer de la frase rotunda también se lleva su pan. Yo pido dos barras y pago con dos monedas de cincuenta céntimos. A la salida veo un muro con las pintadas de los últimos quintos. Y una pared de ladrillos con una puerta y una ventana tapiados. Tampoco merece la pena seguir buscando cuando ya he aprendido la segunda cosa : que aquí son más importantes tus piernas que tu cabeza. 

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