Un pequeño terremoto
: En ausencia de vida (los enanos están en el campo persiguiendo lagartijas y
probando lo mullida que puede ser la palabra siesta) el cuarto aprovecha para
ordenarse. Es otra forma, casera, sí, de demostrar la entropía. Los juguetes,
imitando el ritmo lento de la sombra de una piedra, se alinean cada día un poco
más. Y las sábanas se alisan, quitándose de encima cualquier resto de sueño.
Los lapiceros, antes desordenados y con punta irregular, ahora se agrupan por
tonalidades y lucen la misma punta reglamentaria, listos para atacar cualquier
hoja en blanco. Los zapatos se colocan debajo de la cama, asomando sólo la
punta, como lengua a punto de decir la palabra que se había olvidado. Los
libros se suceden de mayor a menor tamaño, en una escala perfecta del esfuerzo.
Los dinosaurios miran hacia el miso sitio, a una amenaza controlable, porque
ninguno levanta la vista hacia el cielo. Las fotografías del corcho se alinean
como fotogramas para sugerir que todo esto es una película.
La habitación, secretamente, quiere
imaginarse que está en un hotel de ejecutivos, que apenas mueven nada de sitio
: se quitan el traje, se duchan, trabajan en la mesa que hay junto a la
ventana, se acuestan, se levantan, trabajan en la mesa que hay junto a la
ventana, se duchan y se ponen el traje. Nada le gustaría más que tener un
número en la puerta y saberse así en otra clase.
Es posible que haya habitaciones
así, claro. También nosotros envidiamos a esa pareja sin hijos que enlaza local
con local, viaje con viaje, espectáculo con espectáculo y parece moverse por
las olas mientras tú miras desde la playa. Es tan fácil envidiar.
Pero esto no es un hotel. Lo
siento. Es una habitación infantil y tanto orden no me gusta. Menos aún, esta
cama con los peluches en fila por hacer tan evidente la ausencia. No tengo nada
contra los peluches (les votamos), y menos aún contra este cachorro. Es que
esto no puede seguir así. Podemos, podemos representar un pequeño terremoto.
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