Todo y ahora : A
lo mejor sin envidiar se vive más sereno, sí, como una morcilla en el plato de
una modelo anoréxica, y la conciencia permanece inmutable como el agua en una
palangana.
Sí, todo eso, pero la vida se queda
un poco triste, convirtiéndose el programa de un festival ya pasado.
Hay que centrarse : envidiar es el
primer paso para despertarse de una apatía de sofá y compra en Mercadona. Hay
que reivindicar las envidias porque escuchándolas con atención y sinceridad
(dejando que se mezcle con ellas la otra voz del bien “qué cabrón que eres,
envidioso”) uno sabe dónde está (qué tiene) y dónde quiere ir (qué le falta).
¿Y no es bueno tener bajo los pies un camino, por muy dudoso que sea el
empedrado?
Depende de cada uno, una vez
puestos a envidiar, qué es lo que elige para orientarse, porque hay tanto que
envidiar que se puede acabar peor que como se estaba. Cosas inalcanzables o
absurdas. Las nueve copas de Europa de tu vecino.
Yo reduzco mi envidia a cosas
cercanas. Los escritores de Jot Down, por ejemplo. Tengo envidia de todos ellos
porque ven sus textos impresos en un papel tan agradable y reciben dinero por cada
palabra escrita, al peso. Ese es el auténtico valor de la palabra : lo que
pagan por ella.
Así que despliego una envidia
general hacia el colectivo de escritores d escritores y luego la voy repartiendo
entre todos los artículos, como haría una madre con los trozos de una tarta. A
algunos no los envidio (yo lo hago mejor). A otros, mucho (cabrones, sois
buenos) : y no está mal porque es la admiración la que funciona como levadura
en esta envidia.
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