Discípulos : Hace mucho calor y el sentido común me recomienda que
me quede en la piscina, que a estas horas no tiene mucho sentido (común, claro) salir al campo
y recibir en la nuca las collejas de un sol que a las siete de la tarde tiene
ganas de despedirse a lo grande, repartiendo todo el calor que le queda y que
no puede conservar.
El
sentido común tiene razón, pero es tan aburrido. Tanta gente a la que habría
que poner en su lápida : “Exceso de sentido común”. No creo que haya hecho muy
buenas fotos el sentido común.
Pero
tiene que ser ahora, que los campos están repletos de girasoles con los pétalos
todavía duros y esa imagen de manualidad recién terminada. Aunque las finanzas europeas
se hundan, siempre habrá que sacar una partida para asegurar que en los campos
haya girasoles. Lo que se haga después con ellos es lo de menos. Y si no hay
suficiente dinero, siempre se le podrá quitar a las margaritas, que es a eso
del amor lo que las palomas a la paz. Mierda de tópicos.
A
las siete de la tarde todo está inmóvil en el campo, rodeado por un silencio
vibrante. Aunque nada se mueva, ese sol que reciben todos los objetos se
acumula en forma de una energía que se percibe. Los del sentido común lo
llamarán calor, pero es algo que está detrás de ese calor y que se hace
evidente si se está un rato quieto, con la cámara, mirando. De nada sirve una
cámara si no se convierte en una exigencia para mirar, si no va antes de la foto
y no después.
El
calor también me da con fuerza y es posible que, leído en frío, el párrafo
anterior no tenga mucho sentido. No sé si lo místico y el campo de Castilla La
Mancha casan bien. No sé. Noto gotas de sudor en la nuca, en la cara, en las
manos. Me acuerdo de la piscina. Como aguante unos minutos más aquí es posible
que los girasoles empiecen a hablarme y yo a contestarles. Es cuestión de
tiempo.
Los
riesgos merecen la pena. El sol ilumina cada uno de los pétalos de los
girasoles con una intensidad hipnótica, como si creara miles de discípulos que transmitieran
su legado por si él no volviera a aparecer. Podría comérmelos todos de uno en
uno para recubrirme por dentro como si fueran láminas y que en las radiografías
mis huesos brillaran como si fueran de oro. Me extraña que la cultura no tenga
ninguna respuesta a este estímulo : la gente de ciudad sólo sabemos reaccionar
a las cosas si llevan un precio.
Afortunadamente
tengo la cámara y mi forma de reaccionar es hacer unas cuantas fotos. Hay que
aprovechar este momento porque pronto los girasoles acabaran vencidos por su
propio peso y las hojas perderán toda esta vida.
Unas abejas
ruidosas vuelan cerca de ellos.
Los girasoles
no miran hacia el sol. Le dan la espalda. ¿Es falsa la creencia de que siguen
el recorrido del sol? No, pero sólo lo hacen cuando son pequeños y no tienen
demasiado peso en la cabeza. Luego se quedan así, rígidos. De esto puede
sacarse alguna lección. “The sunflower theory”. O algo así.
Son muy, muy
ruidosas las abejas. Me marcho antes de confundir el murmullo de su vuelo con
las primeras palabras de lo girasoles.
Unos minutos más y alcanzas la iluminación. Ríete tú de los chamanes. Misticismo manchego, sí.
ResponderEliminarNo sus riáis, que tengo para mí que Zaratustra era de La Mancha.
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